Fan Fiction

...Music ...

miércoles, 7 de julio de 2010

Lobos ...

Armand comenzaba a impacientarse. A penas durmió aquella noche y tenía la terrible sensación de que le estaban vigilando. A la mañana siguiente, Adah fue a su cuarto como cada mañana para llevarle el desayuno y ayudarle con la rutinas de la mañana. Ella era la única que le ayudaba curar una especie de úlceras extrañas que comenzaron a salirle en el cuerpo. El médico le dijo que no se preocupara, pues no era lepra, pero que aún así no sabía de que podría tratarse. Solo esperaba que con la limpieza diaria, tres veces al día y la curación a través de la aplicación de un ungüento de plantas arábigas, aquello desapareciera sin dejar rastro. Al principio funcionó con las primeras úlceras cutáneas que aparecieron en sus genitales, de las que él mismo, y por vergüenza, se aplicaba en la intimidad. Pero cuando éstas desaparecieron, parecieron extenderse a otros rincones de su cuerpo, y entonces requirió la ayuda de Adah para ello.

Con sumo cuidado, quitaba la secreción que producían durante la noche con agua tibia y un trapo, dando pequeños toques para así no extender la úlcera, y después con otro trapo aplicaba el ungüento con la resignación de una enfermera. Con la costumbre, las naúseas que le provocaban aquellas imágenes terribles, que se repetían irregularmente por la espalda, manos, brazos y piernas, incluso en el cuello, desaparecieron; pero no aquellas úlceras, que parecían aparecer en mayor número a cada salida del Sol. Aquello le producía tristeza a la joven, porque no podía explicarse aquello sino a través del castigo divino: por ello, antes de acostarse, y desde que Armand le confesó los cuidados de su misteriosa enfermedad, rezaba a Dios que perdonase a su captor.

Con el paso del tiempo, Adah comprobó que aquel joven, tres años más mayor que Ella, era un Caballero con corazón de Oro. A lo largo de aquellos años juntos, le propuso varias veces el matromonio, pero Ella, con la humildad que la caracterizaba, rechazaba la proposición alegando su humilde origen y condición. El Caballero renegaba con la temple que caracterizaba a los Europeos, pero al tiempo insistía atormentado por su propia Pasión. Disponía de cuanta Dam quisiera, pero el solo deseaba a Una, y no porque aquella muchacha fuera especial, sino porque su belleza y humildad le cautivaron desde la primera conversación que mantuvieron, aunque ésta fue breve y trivial.

Ella curaba sus heridas con infinita paciencia, con cuidado de no tocarlas por miedo a contagiarse. Desde entonces, Armand comprendió su situación y renegó por si mismo volver a proponerla matrimonio, temiendo que con el mínimo contacto de los amantes pudiera hacer que Ella enfermera también. Temía que al apaciguar su lujuria con muchachas del campo hubiera tenido algo que ver con aquella enfermedad, y se maldijo mil veces por su imprudencia. Aún no tenía sucesor claro y tenía que ejecutar su plan, pero desde que enfermó, se sentía cada vez más débil e incapaz de llevarlo a cabo. Por eso reunió a todos los jefes Templarios, incluído a Fredrick. A pesar de no ser un hombre inteligente, tenía la fuerza, tanto física como mental para levantar la misión él solo si hacía falta.

Enfrente del espejo, observó el rostro de Adah descubierto, con las espesas pestañas negras rozando casi sus pómulos y la línea blanca de su cuello, que se perdía entre las sombras de la túnica y de su marcada clavícula. El pelo, abultado bajo el pañuelo que rodeaba su cabeza, la daba un aire exótico que a pesar de la calma en la expresión de sus rasgos, hacía despertar su deseo más ardiente hacia la muchacha, aunque su maltrecho organismo no respondía de la misma manera que hacía su propia imaginación. Con una mano temblorosa, posó su mano sobre el muslo de la joven. Ésta levantó su mirada dorada con sorpresa pero con absoluta serenidad.

-¿Qué ocurre?-preguntó ella con una voz suave pero ronca, debido al largo silencio que ambos mantenían.

-Adah ... Sabes lo importante que eres para mí ... ¿no?

-Yo solo curo tus heridas ... Y ayudo a cosechar tus campos ... Son simples tareas asignadas a las mujeres ... No tienes nada que agradecerme ... Y menos idolatrarme por tales cosas ... - le tomó un brazo de manera un poco brusca y continuó la labor, como si diera por terminada aquella conversación. Con disimulo, cruzó la otra pierna sobre la mano de Armand que se posaba sobre su muslo, y éste la retiró suspirando, al mismo tiempo que perdía su mirada entre la líneas hoscas del suelo de piedra.

Un estruendo irrumpió en la habitación, haciendo a ambos jóvenes pegar un respingo sobre sus respectivos sitios. Armand, irritado por ser interrumpido aquellas horas de la mañana, mientras estaba siendo curado a la tranquilidad de la intimidad. El sonido sordo del metal le hizo intuir, sin atreverse a mirar aún, de que se trataba de alguien de su guardia. Adah, inmediatamente, se levantó, y sin alzar la mirada, hizo una leve reverencia mientras esperaba a ser despachada. Trataba de no mirar directamente a los ojos, pues aquellos lo consideraba una falta de educación a parte de una provocación muy malentendida por parte de los hombres, en la mayoría de las veces.

Fredrick olvidó por completo la presencia de Armand y se quedó quito, completamente rígido. Sus ojos estaban clavados sobre Adah, que incómoda, posaba los suyos de una baldosa a otra, a lo largo del suelo con impaciencia. En aquellos momentos, no había deseado tanto que un velo la cubriera por completo el rostro ... No por provocar, pero si por querer dejar de sentirse observada. Armand pudo sentir su incomodidad, con lo que trató de romper el hielo iniciando una leve conversación.

-Fredrick ... ¿A qué se debe está interrupción?

-Vaya ...- contestó con parsimonia Fredrick, mientras apartaba lentamente su mirada de Adah, para posarla sobre la maltrecha espalda de Armand – No sabía que interrumpiera nada importante ... ¿o tal vez si?

-Adah, por favor, retírate ... -Armand agarró con rabia la camisa que colgaba al borde de la cama y se la puso encima.

Al mismo tiempo que Adah, apresuradamente y sin levantar la vista del suelo, huía de aquel lugar con la respiración aún contenida. Con gran respingo, Fredrick agarró con violencia su muñeca y la paró en seco. Su rostro se acercó al de Ella, pero Adah miró hacia otro lado sin cruzar si quiera su pupila con la del Caballero. Armand se levantó e hichando con rabia el pecho, gritó a su compañero.

-¡Déjala en paz! ¿Acaso venías buscando eso?

Sorprendido, Fredrick soltó a la joven, que salió corriendo y sin querer, pegó un gran portazo con la pesada puerta de cedro sin quererlo. Los dientes de Armand rechinaban detrás de sus labios apretados.

-No te lo tomes a mal ... Y esta vez hablo en serio, Armand ...-comentó Fredrick, tratando de poner un poco de paz por medio- ¿Qué te ocurre en la espalda?

-Nada ... No te preocupes, el médico me comentó que no era lepra ... Pero por si acaso, no intentes tocar alguna úlcera ...

-¿Puede ser una de esas enfermedades que comentan que proceden de la India? Allí toman el mismo agua con el que se bañan ... Del Ganges, creo ...

-Sí, pero los médicos poco saben sobre ello de momento ... Allí con su religión, que les obliga a purificar el alma a través de las aguas de su río, poco caso harán si se les prohíbe continuar con la práctica ... De todas formas, ese lugar queda muy lejos de aquí, ¿no crees?

Ambos se sonrieron, poniendo fin a las tensiones creadas hace segundos atrás ...


Adah entró apresurada al cuarto, donde no había ni un alma, puesto que todas las demás mujeres estarían trabajando en las cocinas, la lavandería, limpiando los demás aposentos o encargándose de cuidar la tierra y las gallinas a las afueras del Castillo. Tomando una palangana, echó los trapos a remojar en vinagre, mientras se quitaba el resto de las ropas y se preparaba para poner la gruesa túnica de estopa ... Una sombra la sobresaltó y se tapó apresuradamente el pecho, echando una ojeada temerosa a su alrededor. Temía que fuera ... Pero no. Era Hadasa. Esbozó su típica sonrisa pícara y se acercó a Ella contoneando las caderas, solo como Ella sabía hacer. Adah, con sonrisa tímida, suspiró aliviada y se volteó contra la pared para ponerse la túnica.

-¡Vamos Adah!-gritó con su voz chillona, agarrándola por los hombros y zarandeándola suavemente- No me digas que ahora eres tímida ... ¡Si nos llevamos viendo desnudas desde que eramos casi bebés!

Adah se dio la vuelta con recelo mientras Hadasa la miraba con ternura. Tenía el rostro en forma de diamante, con una barbilla bastante marcada y una nariz pequeña y afilada. Sus rasgos eran aniñados, con unas pecas rosadas que cubrían toda su nariz y se diluían un poco en las mejillas, pero el gesto de su rostro no era tan infantil. Tenía unos ojos pequeños, con un lagrimal marcado, de color castaño tirando a miel, y para Adah, eran los más seductores que había visto en una mujer. Su boca era carnosa y poco definida, aunque cuando sonreía complementaba perfectamente con el aire infantil de su rostro, haciéndola parecer más niña de lo que era. No vestía como las demás criadas, sino de manera lujosa y suntuosa posible, ya que, según la Nana, se había rebajado: se había convertido en la concubina de Armand.

-No veo el placer en contemplar a otra mujer desnuda ...-musitó Adah, mientras dejaba caer la túnica por sus brazos y se lo colocaba bien en el resto del cuerpo.

Hadasa le agarró de la cintura y le sonrió.

-El cuerpo de una mujer es infinitamente más hermoso que el del hombre ... Por eso somos su perdición ...- Adah apretó los labios y se deshizo de las manos de Hadasa, con la escusa de buscar con su delantal.

Hadasa nunca gustó del trabajo duro, por eso siempre la Nana la acusaba de floja, capaz de hacer cualquier cosa con tal de no dar palo al agua ... Y en cierto modo, llevaba razón. Aprovechó la oportunidad en cuanto se le apareció y por ello, la Nana le había negado la palabra desde entonces. Hadasa, inútilmente, intentaba argumentar que Ellas hacían lo mismo, pero solo que la única diferencia que radicaba entre lo que Ella hacía y las demás era en el aspecto reproductivo: detestaba la sola idea de quedar embarazada y perder su bella figura de gacela orgullosa. Aquella afirmación le costó una buena bofetada por parte de la Nana.

Hadasa se sentó descuidadamente sobre una de las camas y se puso a jugar con el vuelo de el velo que llevaba alrededor de un solo hombro. Adah se colocaba el velo de manera que le cubriese el pelo y pudiera dejar un cabo suelto para poder cubrirse la boca a la hora de trabajar la tierra y el polvo no se le metiese dentro.

-Adah ...¿Por qué Armand confía más en ti que en mi?

-Es una cuestión de higiene ... Soy una criada y tu su concubina ... Ambas tenemos obligaciones completamente diferentes ... Tu le proporcionas otra clase de ... -tuvo cuidado de elegir bien las palabras- Cuidados ...

-Ya, pero lo mismo que tú haces yo también soy capaz ...-suspiró molesta- Tú ... eres tan dulce ... Tan maternal ... A veces me gustaría a mí también poder ser así ...

-¿Por qué?- preguntó Adah, mirándola fijamente y frunciendo el ceño.

-Porque una se cansa de que no la respeten ... Ese Fredrick ... No tiene ningún tipo de respeto ... Ni siquiera de lo que no es suyo- se levantó con el mismo descuido con el que se sentó.

Se acercó graciosamente a Adah y la colocó con cariño y coquetería el pañuelo, ya que algunos cabellos rebeldes se salían sobre la frente. La tomó el rostro con una ternura que Ella misma se creía incapaz de hacer con un hombre: Adah era alguien muy especial para Ella. Sus ojos, sus ojos que no parecían pertenecer a un ser humano como Ella, era lo que más envidiaba de su amiga por encima de todo ... Y entendería, con resignación pero no con celos, por qué Armand se podría morir de amor por ellos ... También entendía porque la Nana decía que Ella era Elegida ... Solo la gracia de Dios era capaz de tal belleza y rareza en una misma figura.

-Ten cuidado Adah ...-susurró Hadasa, con los ojos brillantes- No sé si podré contenerle por más tiempo ... - y sus dedos tocaron la parte húmeda de la boca entre abierta de Adah, que parecía no comprender lo que parecía evidente ... Lo que aún no quería reconocer ...