Fan Fiction

...Music ...

jueves, 28 de enero de 2010

Curando tus Heridas ...

Pasó un brazo de él por encima de su hombro y le levantó como pudo, llevándole a rastras hasta las cuadras, donde estaban los caballos y con suerte, podría encontrar el de él. Los pies de joven se arrastraban por la arena mientras ella tiraba de él saltándose las lágrimas. Las flechas zumbaban detrás de ellos desde lo alto de la muralla. Se resguardaron dentro del establo, mientras Altaïr colgaba semiinconsciente del hombro de la joven y ésta buscaba rápidamente una montura para huir de allí.

Un caballo negro, con una mancha alargada en la frente, se acercó relinchando a trote ligero, como si estuviera contento. Altaïr alzó la vista y sonrió al ver a su fiel compañero de nuevo. Intentó levantar una mano para acariciarle, pero tenía tan poca fuerza que cayó muerta. Ella le dejó a un lado y tomó las riendas del caballo mientras le acariciaba el cuello para calmarle. Hecho esto, ayudó a levantarse al joven y subirse a la silla del caballo. Después ella subió dando un saltó que hasta a ella misma le sorprendió y se acercaron con cuidado a la salida, mirando a ambos lados por si había alguien esperándoles.

Dio con las espuelas en el costado del caballo y comenzó a cabalgar tan rápido como el pobre animal podía. Como el animal llevaba descansado varios días, eso no supuso ningún tipo de problema, ya que parecía tener ganas de correr y trotar. Al poco de comenzar a alejarse y adentrarse en el camino, oyó que los cascos de otros caballos atrás de ellos. El cuerpo de Altaïr se apoyaba pesado sobre su espalda. Ella le tomó fuertemente con un mano las muñecas de él para evitar que cayese.

Se sentía perdida. No sabía como podría despistar a los guardias, a parte que al ser la noche tan oscura no sabía bien por dónde iba. Altaïr alzó la cabeza algo mareado. Se agarró con fuerza a las telas de la túnica de la joven y trató de visualizar el terreno con su vista de águila. Sabía lo que tenían que hacer.

-Salte del camino …-comenzó murmurando, como si le costase hablar- Gira a la derecha …


Ella intentó girarse para mirarle sorprendida pero continuó con la mirada fija e hizo lo que él le mandó. Al lado del camino había un poco de vegetación que ocultaba caminos a través de las montañas. Ella se levantó la parte inferior de capuchón para taparse la boca y evitar así que el polvo levantando se le metiera dentro. Se sentía como una amazona mientras seguía fielmente las indicaciones de Altaïr. Cada vez eran menos los perseguidores pues o caían o se perdían cuando entraban entre algunas grutas.

Por fin dejaron de perseguirles cansados de no dar con ellos y por comenzar a adentrarse cada vez más peligrosamente, y más de noche, en las montañas. Podían ser muy traicioneras a la vez que un buen sitio donde ocultarse, si uno sabía por dónde iba. Altaïr la pidió que bajara el ritmo y así lo hizo. Buscaron algún hueco que les pudiera resguardar del viento y pararon. Altaïr se dejó caer exhausto.

Ella, asustada, bajó a tropezones del caballo y se acercó a él, agarrándole de las ropas por el pecho. Las lágrimas de impotencia le caían como goterones incontenibles.

-Por favor ...-le murmuraba ella entre hipo e hipo- No me dejes ahora …

Miró con los ojos empañados el costado y se quitó la capucha. No le dejaría morir … Estaba en deuda con él porque se había arriesgado para proteger su vida. Tiró de las telas con determinación del traje de él para quitarle por lo menos la partes de arriba y le quitó el cinto con cuidado de no rozar la flechar y moverla. Antes de quitársela, se arrancó un jirón de tela de su propio traje y buscó en el caballo algún recipiente que contuviera agua. Cuando hizo todo esto se echó los cabellos a un lado y rezó a Dios por que todo fuera bien. Partió la flecha que sobresalía por una parte del costado, pues había atravesado todo un lado, desde la espalda hasta el viente. Sacó con mojó el paño de algodón y lo hizo un bulto. Agarró por la punta y tiró hacia arriba. Rápidamente, puso el paño húmedo sobre ambas heridas y apretó con fuerza, evitando que se desangrara.

Con un extremo sujeto a sus dientes, hizo otro paño más para cambiarlo cuando el otro estuviera empapado del otro. Alternó apretar y aflojar para evitar que la hemorragia se formara en el interior. Así estuvo un rato bien largo, hasta que dejó de sangrar. Aunque el sueño la vencía, ella luchaba contra el cansancio y ponía toda su atención de curar a su herido. No dormiría hasta ver que no estaba bien del todo. Su traje estaba roto de los jirones que había empleado para evitar que se desangrara y para calmarle la fiebre que le subía y bajaba constantemente debido a una posible infección en la herida.

Le vendó el abdomen y le tapó con la tela roja que servía de adorno de su traje. Cayó rendida al suelo, bocabajo y no se dio la vuelta para cambiarse a otra postura más cómoda … Solo quería dormir.

Altaïr en sus fiebres, deliraba entre el sueño y la realidad … Pero esta vez no había droga de por medio, pues estaba debatiéndose entre la vida y la muerte … Una batalla se libraba en el interior de su cuerpo mientras la sangre que se coagulaba para cerrar la herida.

En sus sueños corría en un espacio negro y vacío: no había tierra sobre la que andar ni cielo por el que guiarse. Pero aún así, podía ver con la misma nitidez como lo haría a pleno día. Corría sin motivo aparente. Entonces, deslumbró a lo lejos, con su vista de águila, una menuda figura que corría a lo lejos suya. Aceleró el paso para alcanzarla y tratar de averiguar de quién se trataba … ¿Sería un nuevo objetivo?

Aceleró aún más la carrera hasta conseguir alcanzarla de una manera surrealista, como si sus pies se deslizaran por el vacío y la la figura corriese quita en su sitio. La figura en cuestión era una niña. Iba encapuchada y parecía portar algo entre sus manos, a lo que se aferraba con fuerza mientras corría. Él podía escuchar su respiración ... Sus gemidos de agobio ...


Entonces la niña se volteó y le miró con ojos oscuros, con suma tranquilidad mientras seguía corriendo … Una luz cegadora le obligó a cerrar sus ojos doloridos … Al volver a abrirlos, la oscuridad ya se había ido y en un su lugar estaba en una de las torres de la fortaleza de Masyaf. Las escaleras de caracol se disponían de manera ascendente. Se quedó mirando a su alrededor sorprendido hasta que se topó con la mirada tímida de la niña a la que antes había estado siguiendo en el vacío, que se asomaba por detrás de la pared, en donde giraba la escalera. Ella sonreía pilluela y tras soltar una risita, desapareció, subiendo las escaleras.

Algo impulsó los pies de Altaïr y corrió subiendo las escaleras, que daban vueltas y vueltas sobre si misma. Parecía un juego interminable, donde no podía avanzar más que hasta que podía ver las botitas de la niña que desaparecían a la vuelta de la esquina. La risa de la niña se desplazaba como una melodía o una nana infantil, produciendo eco entre las piedras.

Por fin divisó algo de luz al final del camino y se encontró al borde de la torre. Se salvó de caer tras posar sus manos en las almenas. Las águilas sobrevolando por encima suya, mientras sus sombras se dibujaban en el suelo y sus gritos se confundían con ecos lejanos que provenían de las montañas de alrededor. No había ninguna niña por ningún lado … Pero, sin embargo, si que estaba Al Mualim.

-Vamos, Altaïr ...-le decía el anciano con voz suave pero con serio gesto en el rostro- Salta de un vez.

-¿Qué?-respondió el joven confuso.

-Saltar … Es muy fácil. Solo tienes que subirte al borde e impulsarte para controlar el salto. Nunca te dejes caer a menos que no tengas ya práctica en ello.

Por dentro, Altaïr comenzó a tener unos retortijones. Aquella sensación la recordaba perfectamente … Pero hacía años que no le pasaba. Se sentía como un niño; un niño nervioso y temeroso. Tragó saliva y subió con verdadero pánico al borde de la almena. Las piernas le temblaban mientras se ponía en pie, mientras trataba de guardar el equilibrio con los brazos. El corazón le dio un vuelco al mirar hacia abajo. Había un montón de heno donde supuestamente debería caer. Miró temblando a Al Mualim.

-No se si podré hacerlo, maestro ...-su propia voz le sorprendió a si mismo, como si no fuera la misma. Se tocó la garganta asustado.

-¡¿Cómo que no?!-gritó furioso Al Mualim acercándose peligrosamente a él- ¿Es que no has practicado lo suficiente con menos altura, como te dije que hicieras?

-No es eso señor ...-dijo alzando las manos para detenerle en la distancia que les separaba, mientras trataba de guardar el equilibrio moviendo su cuerpo ligeramente de un lado a otro.

-Entonces, ¿qué ocurre? Altaïr, nunca serás aceptado dentro del Credo si no lo haces … Podría empujarte a hacerlo, pero podrías caer mal y matarte. Solo tú tienes el control de tu cuerpo, recuerda …

El joven suspiró profundamente y volvió a mirar hacia a bajo para calcular la distancia y la velocidad que cogería al caer. Su cerebro estaba colapsado haciendo los cálculos sin dar con la respuesta exacta, ya que de un momento a otro volvía a hacer los cálculos …

-Da el salto de fe definitivo, mi joven aprendiz … Y ya a nada más volverás a temer …

Cerró los ojos y se dejó llevar. Flexionó las rodillas para coger impulso y saltar, mientras extendía los brazos en cruz y se lanzaba de cabeza al vacío …


Altaïr se despertó sobresaltado, sintiendo aún en su cuerpo la velocidad de la caída como un hormigueo que corría dentro de sus venas. Se reincorporó a pesar del dolor que le quemaba por dentro en el costado. Miró a su lado, donde la joven yacía dormida con la boca entreabierta. La pálida luz de la luna aún la hacían parecer más transparente aún. Los cabellos caían desordenados sobre el rostro mientras respiraba tranquila, tumbada sobre su pecho.

Tuvo la tentación de acariciarla la cabeza, pero se contuvo. Le había salvado la vida pero no debía mostrarse aún así débil ante ella o le perdería el respeto. Se recostó contra una piedra cercana y se quedó mirando las estrellas. No tenía demasiado sueño, pues su cabeza estaba llena de demasiados pensamientos e incertidumbre como para no mantenerse en guardia, aún más que sabía que andaban con bajas.

Intentó levantarse, pero el sus gruñidos de dolor al intentarlo despertaron a la joven. Ésta se sobresaltó al ver que intentaba moverse y se abalanzó sobre él para impedírselo.

-¡No te muevas!- le regañó ella como una madre- Así la herida nunca cicatrizará …

Mientras ella le colocaba de nuevo tumbado en el suelo, él la miraba como si la cosa no fuese con él. Ella se quedó arrodillada mirándole con un rato medio dormida. Entonces, se dio la vuelta para acostarse de nuevo en el suelo. Él suspiró y la miró la espalda. Su traje estaba roto sobretodo en la parte inferior. Ella se giró sintiéndose observada y se dio cuenta de que era la primera vez que le veía sin el capuchón. Sonrojada se volvió a dar la vuelta y se acurrucó en si misma aún más. Se sentía a la vez curiosa y estúpida: quería ver su rostro, recorrer cada línea con su mirada, pero algo de dentro se lo impedía sin hacer que se sintiera culpable por ello.

-Gracias ...-murmuró él tocándola en el hombre- Eres muy valiente … Muchos en tu lugar se hubieran achicado y me hubieran dejado morir …

-Te tengo que agradecer más a tí ...-contestó, roja como un tomate- Tú me salvaste de los Templarios … Aunque no sé por qué razón me liberaste … Pues aún me siento cautiva a tu lado sin que me hayas dado razón para ello …

-Ni yo mismo lo sé ...-contestó él entre suspiros, como si todo aquello le pareciera un tremendo absurdo.

Ella se levantó más segura y se sentó en el suelo, al lado de él, con las rodillas pegadas al pecho. Apoyó el mentón sobre las mismas y abrazo sus piernas, mientras le miraba de reojo. De repente, se le había quitado el sueño, aunque aún no dejaba de sentirse cansada.

-Mi nombre es Altaïr ...-dijo él rompiendo aquel silencio, sin venir a cuento.

Ella alzó la cabeza sorprendida y se le quedó mirando. Le parecía hermoso. Su belleza no se basaba en la perfección de sus rasgos, sino en la serenidad de los mismos. Calculó que no debería de sacarle más de un par de años o poco más. Sonrió, fijando de nuevo su mirada en las montañas rocosas que tenían enfrente.

-Yo soy Adah ...-le contestó, sin que volvieran a dirigirse la palabra en el resto de la noche. Se sentían a gusto guardando silencio … La presencia del uno y el otro les bastaba en aquel momento para sentirse menos solos ...