Fan Fiction

...Music ...

jueves, 28 de enero de 2010

Roces ...

Mientras aquel hombre, recostado sobre una de las esquinas, parecía dormir, ella le observó... A penas podía conciliar el sueño. El rostro de Altaïr estaba tapado a la mitad del mismo por la capucha, y el resto permanecía en penumbra. Sus manos reposaban relajadas sobre su vientre, al igual que hacía su cabeza pero sobre el pecho. Sus piernas estaban extendidas pero no llegaban hasta donde ella se encontraba.

Ella le miraba con el ceño fruncido, intentando ver algún detalle interesante en su salvador. Con ello pretendía paliar las dudas que rodaban por su cabeza: el por qué de su rescate. Ella estaba acurrucada, con las rodillas pegadas al pecho, en la esquina contraria. Sus ojos se posaban de arriba a bajo lentamente, y entonces, estos se posaron en algo que la sorprendió.

En la mano izquierda le faltaba un dedo, justo el que se encontraba entre el dedo corazón y el dedo meñique … Se quedó quieta e hipnotizado viéndolo, sin darse cuenta de que el quedarse mirando un defecto o deformidad física resultaba de muy mala educación.

Altaïr no estaba tan dormido como aparentaba: una noche como aquella no podía permitírselo. Por eso sabía que la joven le estaba observando. Pero él prefirió callar, pues en cierto modo, le ponía nervioso el tener que comunicarse con las personas, aún más a aquellas a las que no conocía. Aparte, no quería establecer ningún vínculo con la muchacha, pues era parte de su misión.

-¿Estás despierto?-murmuró ella.

Altaïr no tuvo más remedio que levantar la vista. Le costaba mentir en aquellas situaciones en las que estaba especialmente nervioso e inseguro sobre cómo actuar.

-¿Qué ocurre?-preguntó secamente, sin demasiado entusiasmo.

-Nada … Simplemente quería saber si estabas despierto.

-Pues ya lo sabes … Así que duerme. Ya puedes hacerlo tranquila, si quieres, claro …

-La verdad, no se si podré …

-Es normal, pero intenta cerrar los ojos y no pensar demasiado.

-Gracias por el consejo ...-murmuró ella molesta.

Tardó bastante en conciliar el sueño mientras que él a penas lo hizo, pues tenía el oído puesto por si escuchaba las pisas de algunos guardias en la lejanía. A ella su breve sueño le pareció demasiado efímero cuando los primeros rayos del día le dieron directamente en los ojos, produciendo que sus parpados cerrados parecieran rojos. Aquellas cortinas no servían precisamente para evitar la entrada de luz solar.

Altaïr salió primero a ver si había alguien y después con un gesto hosco la invitó a salir. Ella le miró fascinada; de perfil, parecía un águila que vigilaba desde las alturas, pero no por su perfil o su nariz, que era bastante recta y aplanada, sino por el pico curvo en el que terminaba su capuchón.

-Aún no me has dicho como te llamas- fueron las primeras palabras que pronunció ella aquella mañana.

-Tampoco creo que te importe- contestó secamente el joven asesino.

-La verdad es que no ...-respondió fríamente la muchacha también.

Caminaron hasta el borde del edificio para bajar por unas escaleras. Antes de que pudiera bajar la chica sola, éste la tomó por la cintura hasta colocarla en el suelo. Ella le dirigió una mirada de rabia.

-No soy ninguna princesa para que te tomes ese tipo de molestia.

-Mi misión es protegerte hasta que estés a salvo.

-¿Tu misión?-ella rió irónica- ¿Quién te ha enviado esta vez?¿De qué parte vienes?

-Al menos sabes, si eres lo suficientemente inteligente, que no estoy de parte de los Cruzados.
-¡Gracias por alabar a mi inteligencia!-con gesto de desagrado, la muchacha se encaminó hacia la salida del callejón.

Éste le tomó de la muñeca para impedírselo. Ella forcejeó, pues no le gustaba que la trataran como a un muñeco al que pudiesen manejar, como si no tuviera voluntad propia.

-Escucha atentamente, porque no pienso repetírtelo: nos persiguen esos caballeros cristianos y no puedes irte sola donde te de la gana. Me mandaron buscarte y te llevaré lejos de aquí. No es por tu propio bien o porque mi importe tu vida, simplemente me enviaron y cumplo con las órdenes recibidas.

-Me sorprende tu falta de sensibilidad …

-Harás lo que te diga sin rechistar, solo así saldremos los dos con vida de aquí.

-Y bien ...-dijo resignada la joven- Si tenemos que aguantarnos por un tiempo, tendré que asumirlo … No soy más que una mujer en un mundo gobernado de hombres.

-Vas razonando.

-¿Dónde es nuestra próxima parada?

-No puedo revelarte nada; ya lo averiguarás por tu propia cuenta.

-No volveré a abrir la boca entonces …

Salieron del callejón para mezclarse con la multitud, que a pesar de ser una hora temprana, ya estaba abarrotado. Altaïr le ofreció un pañuelo rojo para que se cubriera el rostro, que antes formaba parte de su vestuario.

-Así no te reconocerán tan fácilmente ...-ella se cubrió por completo la cabeza, dejando solo mostrar sus ojos. Se quedaron un instante mirándose a los ojos y el joven apartó bruscamente la mirada, mientras la joven sonreía por debajo de la tela.

Caminaron juntos, mientras la joven miraba a su alrededor … Allí ocurrieron muchas cosas que concernían a sus antepasados, pero nunca había estado allí. Ella era una muchacha que se había criado en el campo, ajena a la vida de la ciudad, aunque en los últimos meses había estado escondida en Acre, hasta que la encontraron … Se sentía confusa.

Miraba con cierto temor al hombre que la acompañaba y se situaba detrás de él a un cierta distancia. Era frío y distante, cosa que no la desagradaba, pero había algo en él que le producía cierto temor. ¿Qué intenciones tenía para ella? ¿Era un ángel caído del cielo, que había venido a rescatarla y devolverla junto a sus otras compañeras?¿ O simplemente era otro hombre con oscuros intereses? Su corazón puro y bondadoso le impedía ver tales cosas en una persona, aunque ya había visto que cosas horribles que jamás querrá recordar …

Su mirada no solo era para su acompañante, sino que también se distraía con lo que le ofrecía su alrededor. La gente de todas las clases y etnias posibles se movían de un lado a otro, bien comprando o bien ofreciendo sus productos en los puestecillos que se distribuían a lo largo de las estrechas calles, del barrio bajo de la ciudad, el más pobre.

De vez en cuando se topaban con alguna mendiga que les pedía con insistencia algo de dinero. La frialdad de su acompañante se hacía más evidente en aquellos momentos y la apartaba cuando se interponía en su camino. A ella se le empañaban los ojos de lástima y desde lo más profundo de su corazón deseaba complacerla, pero la mirada penetrante de él la alejaba de sus intenciones. Con un largo suspiro intentaba dejar de lado sus frustraciones y sus ganas de golpearle por ser tan insensible.

Altaïr robó con disimulo un poco de fruta mientras ella le esperaba sentada en uno de los bancos que rodeaban la fuente de la plaza central. Se sentó al lado de ella y sin pronunciar palabra o siquiera mirarla, le pasó una pieza de fruta. Ella lo tomó con desgana y se quedó mirando el suelo de arena mientras jugueteaba con la fruta entre sus manos. Altaïr pegó un bocado a la suya y después la miró a ella, después de tanto tiempo intentando ignorarla.

-¿No tienes hambre?-preguntó con voz neutra.

Ella calló y no le contestó. Él se encogió de hombros y continuo tomándose el resto de su desayuno en silencio. Ella alzó la vista y contempló su alrededor como si no estuviera en aquel lugar, rodeada de gente y ruido. Se sentía fuera de si, como si su alma se hubiera salido de su cuerpo y pudiera ver todo aquella como unos ojos invisibles al resto del mundo.

Se quedaron un buen rato hasta que ella se levantó, aún con la pieza de fruta intacta entre sus dos pequeñas y blancas manos y se encaminó, sin que Altaïr pudiera determinar la dirección hacia la que se encaminaba. Se quedó quieto en su sitio, observando la situación, aunque más bien confuso por la actitud imprevisible de aquella muchacha.

Ella se acercó a una mujer que andaba sentada contra la pared de un edificio alto, a la sombra. Se agachó, flexionando las rodillas y posó una de sus manos en el hombro de la ya casi anciana. Ésta alzó la vista como si acabase de pasar algo que no se esperaba. Ella le sonrió y le ofreció la fruta que tenía en las manos. La anciana lo tomó completamente perpleja, y sus ojos comenzaron a volverse llorosos. Altaïr arqueó una ceja como si no diera crédito a lo que estaba pasando delante de sus ojos. Se levantó y caminó lentamente hasta donde la joven y la anciana se encontraban.

-Oh, hija mía ...-comenzó la anciana con voz temblorosa a causa del llanto que quería escaparse de su garganta- Eres un ángel ...-le acarició la suave mejilla de la joven y ésta tomó esa mano entre las suyas para besarla y reconfortarla.

Altaïr la tomó del hombro bruscamente y la levantó. Ella le miró con rabia, mientras la mano de la anciana se soltaba de la suya.

-¿Qué estás haciendo?-preguntó Altaïr secamente.

-Dar de comer a gente que lo necesita ...¿Es que acaso eres ciego a lo que sucede a tu alrededor? He visto como ignorabas a las suplicas de aquella otra mujer … No tienes corazón, pero yo aún lo mantengo.

-Ingenua ...-murmuró suavemente el joven- Vamos, tenemos que darnos prisa- se volteó para emprender el camino, sabiendo que la joven le seguiría.

-No iré contigo.

Altaïr paró en seco y volvió su cabeza lentamente, sin perder la compostura.

-Nadie te ha dicho que tengas elección … O te mueves por ti misma, o tendré que moverte yo.

-Atrévete-ella se cruzó de brazos desafiante. La gente se quedó parada y expectante a lo que estaba sucediendo.

Altaïr se dio la vuelta notablemente irritado, cosa que no solía pasarle muy a menudo, pues normalmente se contenía e ignoraba esas emociones negativas que estaban a punto de desbordar dentro suya. La fulminó con una mirada … Una mirada que delataba lo que realmente era: un asesino. Ella, sin embargo, aunque temblaba por dentro y el estómago le dio un vuelco, no desistió en su posición.

Él se acercó lentamente y la tomó de una muñeca con habilidad suficiente como para evitar que ella rehuyese la mano al ver sus intenciones. Ella tiró hacia atrás, en un intento de soltarse. Pero, indudablemente, él era más fuerte que ella, aparte de la considerable altura que le sacaba a la pequeña muchacha. La tomó de la cintura y se la subió a los hombros. Ella pataleaba, notando como la sangre se le estaba subiendo a la cabeza. Subió la cabeza mientras veía como la gente, en su mayoría, se reía de la situación, pensando que se trataría de alguna pelea de enamorados.
Se la llevó hasta un callejón y la puso contra la pared, bloqueándola con su cuerpo. Ella le golpeaba el pecho ya fuera con los puños o con la palma abierta. Apoyado con las manos en la pared, se quedó esperando pacientemente hasta que a ella se le pasó la rabieta.

Agotada por sus esfuerzos inútiles, se quedó mirando hacia el suelo a un lado, con sus pasos posadas sobre el pecho de su joven acompañante. Hacía mucho calor, a pesar de estar en la sombra. Sus cuerpos estaban pegados el uno al otro, pero no había ningún tipo de intención sexual. Pero estaba claro que a ambos la situación les incomodaba. Se apartó levemente y ella respiró como si hubiera estado aguantándose la respirar durante un largo tiempo.

-¿Ya estás más tranquila?-preguntó Altaïr, esbozando una leve sonrisa, pero que aún así no era típico en él.

-No tengo por qué tranquilizarme ...-respondió con ella con suma frialdad.

-Entonces ...¿Podemos continuar el camino sin volver a tener algún tipo de interrupción por tu parte?

Ella torció la boca en un sonrisa de burla. Él la ignoró y se encaminó a la salida del callejón, esperando que esta vez si que le siguiera.

-¿Tan importante soy?-ella exclamó anclada en su sitio sin inmutarse.

Él paró en seco y suspiró notablemente irritado. La contestó sin darse la vuelta.

-Para mí eres igual de importante que esa gente que muere día a día … O sea, nada.

-¿Entonces por qué velas por mi vida?

-No eres más que un encargo molesto que debo completar …

-Si tanto te molesto, dime dónde tengo que dirigirme y así te ahorro el trabajo.

-¿Crees que soy idiota?-se volvió y continuó hablando sin mostrar un solo momento sus ojos, cubiertos por la sombra de la capucha, como siempre- Vamos … O te llevaré de nuevo a rastras como un saco de patatas.

De mala gana, ella le siguió. No le quedaba otra: cuanto más le hiciera caso, menos tendría que aguantarle.