Fan Fiction

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jueves, 28 de enero de 2010

Giro Inesperado ...

Días después, ya se encontraba mejor. Para no perder la movilidad de las piernas, la anciana la llevaba del brazo a pasear por el castillo y, de cuando en cuando, salía al balcón a tomar el fresco y contemplar las hermosas vistas de la ciudad. Nunca había estado allí, pero sabía que había nacido allí. Tenía un encanto especial … Pues todos sus antepasados habían vivido allí desde hacia mucho tiempo atrás … Era una mezcla entre Oriente y Occidente.



La cúpula de la Roca se podía ver desde donde se encontraba situado el castillo. Brillaba dorada bajo el cálido sol, desprendiendo brillos blancos. Al fondo, se podían ver las montañas. Por las noches, ella escapaba de su cuarto para poder ir a uno de los balcones que daba precisamente hacia esa dirección. Le agradaban los destellos azulados y su tono bronce cuando la noche caía en Jerusalén.

Una vez, observando a la luna, sentada al borde del balcón, una figura masculina apareció detrás suya. Ella se sorprendió pero no llegó a asustarse. Le miró y este le correspondió con una mirada extraña. Era él. Sus ojos claros eran su seña de identidad. Nunca había visto unos iguales antes. Éste la tomó el rostro y le obligó a mirarle, mientras le sonreía con cierta malicia. Después, se apartó para apoyarse en el balcón e intentar mirar hacia donde ella antes estaba dirigiendo la mirada.

-¿Qué estabas mirando antes?-preguntó, moviendo su cabeza de un lado a otro buscando algo llamativo en lo que centrar la atención.

-En nada y todo a la vez …-contestó ella sin darle la menor importancia, volviendo a perder la mirada entre los edificios.

-Os gusta hablar con enigmas …-se volvió hacia ella y con su imponente presencia, comenzó a hablar de nuevo- Si alguna compañera tuya anda rondándonos, más vale que la persuadas de que es inútil rescatarte: ahora eres propiedad nuestra.

-Yo no pertenezco a nadie. Soy una persona, no un objeto …-la mirada felina de la muchacha se posó sobre el caballero cristiano con rabia y orgullo.

-Entre una mujer y un objeto no hay mucha diferencia …- se acercó aún más a ella, y aspiró el perfume que desprendían sus cabellos azabache- Si no fueras quien eres …-paró y se alejó de nuevo, riéndose para sus adentros- No deberías pasearte sola por las noches … Nunca sabes con quien te puedes encontrar.

-No me preocupa eso … Si mi vida está condenada a seguir cautiva por vosotros, no me importaría morir … Antes que vuestros planes tengan éxito.

-¡Dios mío!¿Por qué en Oriente hay tanto extremismo y fanatismo?- se llevó las manos a la cabeza sin dejar de reírse- Soís capaces de sacrificar vuestras almas en nombre de algo superior.

-¿Acaso vosotros no lo haceís? No os importa la muerte de miles de hombres con tal de recuperar un trozo de Tierra que tiene cierto simbolismo para vuestros hermanos: es igual de estúpido que lo nuestro- se puso en pie y esta vez fue ella la que se acercó al hombre, que podía fácilmente sacarle dos cabezas- Al menos nosotros pretendemos defender lo nuestro, ya que vosotros os consideraís tan soberbios como para disfrutar quitándonoslos.

-Teneís la boca muy grande para ser tan pequeña …- la tomó el rostro con fuerza, apretándola la boca, mientras ella hacía una mueca de desagrado- Deberíais ser más agradecida.

-No tengo nada que agradecer a hombres de tu calaña-escupió las palabras cuando el hombre le soltó el rostro.

-Se nota que no soís más que una cría, que ha estado protegida por mujeres hasta que os encontramos … Yo estaría encantado de haceros mujer, pero os guardo respeto, cosa que otros no podrían tener por vos … Al fin y al cabo, no soís más que un trozo de carne muy apetecible …-la acarició unos mechones que se deslizaban en hondas sobre la curva nariz de ésta.

-Os podeís guardar las galanterías si pretendeís convencerme de que velaís por mi “honor” -apartó la fuerte mano, con la piel tan clara como la suya propia- Podrán hacer lo que quieran con mi cuerpo, pero nunca podrán corromper mi alma. Solo los que hieren a otros son aquellos que la tienen podrida.

-No me vengas con palabras de mesías. Tienes suerte de que no se encuentre el Rey cerca … Entonces no hablaríais tan a la ligera …-volvió a mirar a su alrededor con desconfianza- Ahora, volved dentro o tendré que haceros entrar a la fuerza.

-No teneís porque ordenármelo, ya estoy cansada … El aire de este lugar ahora está bastante cargado como para quedarme un segundo más …-le volvió a desafiar con su mirada de color miel y se adentró hacia el interior del castillo.

El hombre se quedó un momento mirando a su alrededor. Pensó que debería doblar la guardia a partir de aquel día … Uno no sabía por dónde podían venir los golpes más duros.

Altaïr tuvo que esperar al día siguiente para acceder hacia el interior de la ciudad de Jerusalén, tal y como había previsto. Pasó la noche durmiendo en las cuadras donde los viajeros dejaban a sus caballos, junto a su caballo, Badr.

Entró respaldado por un grupo de monjes vestidos con capuchones blancos, lo que permitía mayor discreción. Aunque algunas veces estos monjes eran atacados por los propios soldados llenos de arrogancia, normalmente eran muy respetados en la mayoría de las ciudades de Oriente.

Jerusalén atravesaba por una época díficil, en la que los cristianos luchaban por recuperarla bajo la bandera de "Tierra Santa", liderados por el rey Ricardo de Inglaterra. Pero la ciudad actualmente yacía en manos del líder de la Armada Islámica, Saladin. Se notaba la presión en el ámbiente, y el miedo de las gentes por un posible asedio, tal y como estaba ocurriendo en Acre, no hacía más que hacer crecer la desconfianza entre los mismos. Aquellas gentes no entendían ni de política ni religiones.

Antes de dirigirse hacia la casa de Asesinos, Altaïr decidió estudiar el terreno, las gentes, los guardias … Así podría actuar más fácilmente y en consecuencia. El gentío hacía tanto o más ruido que otras ciudades. Pero lo que más le llamó la atención era la “convivencia” de diferentes gentes de diversas creencias: musulmanes, judíos y algunos cristianos formaban la población de entonces.

Tenía hambre y se dirigió a la zona comercial, donde encontraría puestecillos y podría robar algo. Los vendedores gritaban sus ofertas en medio de aquel bullicio, mientras las gentes se paraban delante de los puestos para mirar los productos e incluso comprar algo. Aprovechando el descuido de un vendedor en un puesto de fruta, tomó una manzana amarillenta, a la que pegó un mordisco tras alejarse, sin dejar de caminar en todo momento.

Se sentó en los bancos puestos enfrente de un fuentecilla central y terminó su desayuno lentamente, saboreando cada bocado. Hacía tiempo que no comía nada en condiciones. Con la cabeza gacha, hacía oídos sordos a los ruidos de la calle, centrándose en las pisadas de las guardias que solían hacer patrullas por aquellas calles abarrotadas de gente. Si se acercaban demasiado, tendría que echar a correr.

Entonces, unos pasos rápidos y pesados contra el suelo se acercaban desde una de las calles. Alzó la vista para ver de qué se trataba y vió como una niña, con un saco entre las manos, huía de unos guardias, que corrían tras ella enfurecidos. Altaïr apretó los puños haciendo crujir los huesos de los nudillos. Se levantó y disimuladamente comenzó a trepar un edificio cercano. No podía soportar las injusticias, y menos si venían de manos de los abusos de los guardias.

Saltó de un edificio a otro hacia la dirección a la que les vió por última vez al mismo tiempo que lo iba modificándolo y poniendo oído fino para escuchar aquellos pasos apresurados tan característicos. Hasta que por fin dio con ellos, situándose al borde de uno de los edificios, justo como él había previsto. La niña corría agotada, pero empleaba todas sus fuerzas en ello. Su jadeo desesperado se podía percibir incluso desde la altura en la que él se encontraba.

A pesar de los intentos por parte de ésta por engañar a los guardias metiéndose por callejones constantemente para después volver a la calle principal, los guardias parecían sabuesos insaciables a la caza de su presa. Las gentes caían o se apartaban alarmadas, pero ninguna puso resistencia para distraer a la guardia y que la niña pudiera escapar y así enconderse en algún sitio seguro.

Los sigió desde las alturas raudo y poniendo a prueba toda su agilidad. Parecía un acróbata del circo moviéndose con tanta soltura entre los edificios. Parecía danzar sobre el aire con pasmosa habilidad. La niña tropezó en uno de los callejones y cayó al suelo, pero lo que más llamó la atención de Altaïr fue con la fuerza a la que se aferró a su saco para que no se le fuera de las manos. Volvió a reincorporarse dolorida y fatigada, pero sacó fuerzas desde donde no las había para continuar con su carrera, que parecía comenzar a tornarse interminable y angustiosa.

Pero la pobre e inocente niña, mareada por el calor y el sobresfuerzo físico, se encontró con un callejón sin salida y atontada miró hacia varios lados buscando una salida sin éxito. Se apoyó de espaldas contra la pared esperando a sus perseguidores, con la boca abierta tratando de captar el máximo aire posible, mientras su pecho subía y bajaba constantemente, golpeando contra el saco que llevaba entre los brazos.

Los guardias dieron con ella y la amenzaron para que se rendiera, mientras la apuntaban con la punta de la ligeramente curva espada. La niña parecía estar a punto de llorar y se encogió sobre si misma, protegiendo lo que llevaba, apretando tanto los ojos que solo dibujaban dos líneas oscuras y marcadas sobre su contraído rostro. Altaïr observaba la escena desde lo alto de un edificio, aguardando al momento preciso.

Entonces, cuando uno de los guardias intentó acercarse a la niña, ésta metió la mano dentro del saco y rebuscó algo. Hizo un amago de sacar algo. Parecía muy asustada.

-¡Quieta!¡No te muevas!-gritó el guardia perplejo, ante la espectativa de las intenciones de la joven. Altaïr estaba igual de confuso que él. Tanto, que todo su cuerpo quedó paralizado y no respondía ante nada, a pesar de que quería intervenir.

La joven movió compulsivamente la cabeza de un lado a otro a modo de negación y unas lágrimas se resbalaron por el rostro. La pupila de Altaïr se contrajo hasta el tamaño de la punta de la aguja de un alfiler. Tiró fuerte de un hilo y solo fue cuestión de segundos que un haz de luz intensa cegó a todos. Por un momento la escena quedó confusa. Todos fueron impulsados por la fuerza de algo inexplicable y un ruido ensordecedor hizo que temblara una parte de la ciudad, tanto a nivel del suelo como en los edificios.

Cuando Altaïr alzó la cabeza, pues estaba tumbado bocabajo en el suelo de la azotea, una espesa humareda negra se elevaba serpenteante desde el punto donde se había encontrado hace unos instantes la muchacha. Se levantó un poco dolorido por la caída y se acercó lentamente hacía el borde. Con el humo a penas podía ver nada.

Bajó con cuidado, pues la visibilidad era escasa. Solo podía ver unos cuantos bultos en el suelo y lo que parecía un agujero en la pared. No había rastro de ningún cuerpo lo suficientemente pequeño como para pertenecer a la joven. Algunos guardias habían muerto en la explosión, pero otros estaban agonizando, tirados por el suelo, entre algunos escombros. Terminó con ellos rápidamente y se puso a la búsqueda de la niña entre las ruinas del muro, quitando roca por roca … Ladrillo por ladrillo …