Fan Fiction

...Music ...

domingo, 8 de agosto de 2010

Mártir ...

Aún tendida bocarriba, escuchó los pasos del Caballero alejarse con paso ligero, mientras las suelas de cuero de sus botas chirriaban con las pequeñas piedras del camino. Con una mano pesada, que se negaba a incorporarse, bajó perezosa por su cuerpo hasta llegar a tocar su pubis frondoso y, continuando hacia más abajo, rozar con la yema de sus dedos los labios que ardían de dolor, casi adormecidos por las embestidas del Templario. Los notó húmedos, como nunca antes habían estado. La textura era viscosa y gruesa, parecida a la menstruación. Acercó los dedos manchada a su nariz, para comprobar que el olor no era exactamente el mismo y testar con su lengua lo que parecía fluido de sus partes intimas mezclados con sangre, pues tenía el mismo sabor que el de una herida, aunque el color era más rosado, más claro que la sangre pura que brota de una herida a borbotones.

Lentamente, sin muchas ganas, se levantó. El cuerpo se sentía pesado, como al despertar de una mala noche. Con algunos malabarismos, pudo por fin ponerse en pie. Los bajos de su túnica bajaron solos, y mientras caminaba, fueron colocándose como era debido. Se acercó al pozo, donde el cubo de agua había rodado por el suelo sin darse cuenta. Se agachó, con grand dolor, para recogerlo. Aún había un poco de agua. La bebió toda y dejó caer al suelo el cubo de nuevo. No lo hizo de manera consciente, ya que se quedó prendada, con los ojos entrecerrados a punto de llorar, de las vistas que se presentaban justo en dirección contraria al Castillo: el mar se expandía hasta donde podía alzar su mirada, tímido tras los terrazas de las casas más cercanas al puerto.

El poder de atracción que sintió en aquel momento no podría describirlo con palabras o siquiera gestos, aunque aquello se podía resumir es que sus pies, sin obedecer orden o voluntad suya alguna, comenzaron a caminar en dirección a la costa. Descalza, las piedras del camino árido se clavaban en su peregrinación hacia el mar como si aquello fuera una señal de penitencia. Sus cabellos volaban libremente alrededor de su cabeza descubierta, mientras el pañuelo colgaba de su cuello con peligro de desprenderse, debido a la intensidad del viento. La mente la tenía en blanco, como si el trauma no la hubiese abandonado del todo aún. Buscó a Dios y no le encontró: ya no le quedaba nada en qué creer.

Al llegar cerca del puerto, tenía los pies amoratados, sangrando e hinchados. Entre el bullicio del puerto, con los pescadores que acababan de faenar, los que transportaban cargas de buques comerciales y la mercancía que se dirigía a la Lonja, nadie parecía fijarse en Ella. Aquel mundo masculino no se sentía rara: le gustaría poder pertenecer a él. Libertad. Tener la posibilidad de perderse en el Mar y robar sus tesoros a cambio de dinero, no tener contacto con la humanidad hasta no haber cumplido con lo previsto en un terreno no hecho para la raza humana.

El cambio de piedra dura y lisa que cubría todo el suelo del puerto, junto con las tablas de madera sucia de las zonas de embarque, resultaba aliviantes para sus pies destrozados. Podía escuchar las olas romper suavemente en alguna parte, entre todo el bullicio. Quería meterse en el Mar, así caminó hacia donde su sentido auditivo la conducía. Esquivaba porteadores que andaban escondidos tras lo que transportaban y parecían no muy saber por dónde caminaban.



Sus pasos la condujeron hasta una plataforma alargada, que cerraba sobre uno de los extremos del puerto. Estaba formada por grandes piedras, montadas las unas sobre las otras de forma completamente natural. Su pañuelo se deslizó con arrebato violento de la brisa azotaba su rostro. Un porteador, que andaba observándola de reojo, se dio cuenta, y dejando a un lado la carga, corrió a hacerse con el pañuelo, que quedó pillado en un hueco entre dos rocas, mientras el extremo que quedaba libre ondeaba con la fuerza de una pequeña bandera.

El hombre la gritó al mismo tiempo que alzaba su pañuelo para intentar llamar su atención, pero Adah pareció no querer oírle, de manera completamente consciente. Ella continuaba caminado hasta el final de la plataforma, dispuesta a encontrarse con el Mar de manera irremediable. El hombre corrió tras Ella, mientras que Adah aceleraba también su paso, aunque con más complicaciones. Cuando llegó al borde, escuchó un grito de advertencia y giró lentamente la cabeza para ver a quién la perseguía. Vio al hombre quito a unos tres metros detrás de ella, con el pañuelo colgando de su puño cerrado y con un gesto de preocupación dibujado en el rostro. Ella simplemente se mostró indiferente. Se sentó lentamente, sintiendo cada rincón de su vientre acuchillado por un dolor intenso. La punta de los dedos de sus pies rozaron la gélida superficie del agua y el resto de su cuerpo se inclinó hacia atrás, mientras los dedos se fueron introduciendo, después el pie entero, y poco a poco, el agua iba subiendo sobre su pierna ...

El hombre solo veía como lentamente el cuerpo de la joven iba desapareciendo tras el extremo final de la plataforma rocosa hasta que su mente reaccionó y echó a correr. Al llegar solo vio la espesa mata de pelo negra arremolinarse sobre un punto concreto del Mar. Sin pensárselo dos veces se lanzó lo más lejos que pudo al mar y, abriendo los ojos dolorosamente, pudo dar con el resto de la cabello flotar sobre la cabeza de la joven. Su rostro blanquecino, de un tono azulado muy suave, contrastaba con la ropa oscura y el cabello azabache. Buceó un poco más y tomó por la cintura a la joven, impulsándose hacia arriba con fuerza ya que el aire se le estaba acabando. Al llegar a la superficie, colocó a la joven bocarriba y la arrastró hasta una zona de playa, donde trató de reanimarla dándola golpecitos en la cara. A los pocos minutos, Adah abrió los ojos nada sorprendida y apartó rápidamente su mirada del hombre que acababa de rescatarla. Él se sentó a su lado mientras escurría el exceso de agua de sus ropas.

-Al menos podría darme las gracias, ¿no?

Adah volvió lentamente su rostro, sorprendida a la vez que indiferente. Aquellas fueron las primeras palabras que aquel hombre le dirigió ... Y también las últimas. En cambio, Ella se quedó callada un rato hasta que su mano buscó la del hombre, que todavía continuaba ocupado quitándose el exceso de agua de las ropas andrajosas que portaba. Sabía que no tenía mucho tiempo, así que se decidió en el momento justo que el hombre se apoyaba en una de sus manos para incorporarse y volver al Puerto. El rostro del hombre se volvió para mirarla: era un rostro ovalado, de mentón masculino pero no excesivamente marcado; una pequeña nariz arábiga, perfectamente perfilada y con marcados orificios ovalados; unos ojos grandes y rasgados deliciosamente desde el lagrimal hasta el extremo exterior del mismo, de marcadas ojeras que delataban su ascendencia árabe, de un color marrón que desprendían destellos de color miel y enmarcados por unas bien definidas y no demasiado espesas cejas negras; su frente era ancha y despejada, que terminaba en unas ya marcadas entradas que se perdían entre la espesura de los pequeños rizos negros que coronaban toda su cabeza. Una barba espesa contoneaban aquel rostro, que se debatía entre la dulzura de las facciones rasgadas con brutalidad masculina que despedían sus ojos fieros.

Condujo su mano hasta el vientre herido y allí apretó su mano contra la del hombre fuertemente hasta que le pareció que Él pudo sentir su dolor, como una quemadura en la palma de la mano. El hombre la miraba a sus ojos, aquellos ojos que sabía de sobra, y sin darle demasiada importancia, que hipnotizaban a cualquiera que los contemplase; no sabía bien si por el extraño color que poseían o por la propia rareza de su espíritu, que quedaban reflejados en los mismos como si de unos espejos de oro se tratasen. Las lágrimas de rabia comenzaron a asomarse en los ojos del hombre, que presionó la mano atrapada con más fuerza y, en un movimiento brusco, la retiró como si aquello fuera insoportable. Adah continuaba con un gesto neutral dibujado en el rostro, como si aquella situación fuese normal. El hombre se levantó, sin volver el rostro hacia la joven extraña a la que acababa bien de salvar la vida o arrebatársela por siempre jamás, mientras Ella miraba y al mismo tiempo suspiraba, como su espigada silueta se desdibujaba entre los bultos que continuaban en el Puerto con sus labores diarias ...


A la vuelta de su escapada por la ciudad, Altaïr se encontró con Osman, que parecía ensimismado enfrente de su pipa de fumar.

-¿Alguna noticia?- preguntó éste, sin siquiera dirigirle la mirada. Volvió a chupar de su pipa, contemplando con admiración las burbujas que brotaban en la base de cristal.

-Nada fuera de lo común, solo estuve explorando los alrededores del Castillo ... Es más céntrico de lo que pensaba, pero con limitados accesos exteriores no cubiertos por soldados.

-Yo sí tengo noticias: un informador llamado Alexander acaba de confirmar nuestros peores temores.

-¿Cuál de todos ellos?

-Que los Templarios están utilizando Chipre como una especie de base de información y recopilación de instrumentos, de todas las clases posibles existentes habidas y por haber.

-Eso quiere decir que están tramando algo.

-Exacto, y si eso implica a tu querida Adah ... Si es cierto eso que dices de Ella, no dudarán en mantenerla a buen recaudo para poder utilizarla cuando les sea más conveniente.

Altaïr se temió lo peor y su mente empezó a funcionar: si Adah resultaba ser el Grial y descendía del profeta Yeshu, ese profeta que tanto admiraban los Cristianos, intentarían usar a Adah no como arma, sino como una manera de crear un nuevo linaje a partir de su sangre "real" y la de algún alto cargo de la Orden Templaria para poder hacerse con algún otro fragmento del Edén, alguno que hubiera estado relacionado con el propio profeta y así tener a su favor ambas armas: el linaje sagrado y recuperar un fragmento del Edén ... Podrían pretender crear un heredero, adiestrarlo como Templario y acceder a los más altos estamentos de poder demostrando la importancia de su ascendencia, pero ... ¿Cómo se podía estar de que aquello fuera cierto? ¿Cómo se podría demostrar que Adah fuera una descendiente directa de Yeshu, después un milenio y dos siglos después? Parecía una locura, pero todo lo que estaba relacionado con Adah no lo suficientemente claro como para poder descartar cualquiera de las opciones que conocía ...

-¿Cuál es el objetivo?- susurró Altaïr, mientras sus ojos se ensombrecían tras el capuchón, que acababa en forma de pico de águila.

-Fredrick el Rojo ... No creo que te cueste identificarle ... Su mote le delata ...

De repente, sin siquiera controlarlo, sus puños se cerraron como una hoja de mimosa en defensa propia, pero con más contundencia y fuerza. Tuvo la sensación de que su pubis ardía levemente y de inmediato, la imagen del rostro de Adah le vino a la mente.

-No puedes perder más tiempo buscando estrategias y formas de entrar al Castillo, pues debes hacerlo inmediatamente ... Recuerda lo que has memorizado en los últimos días y pon tu mente a trabajar en un plan mientras te diriges hacía allí ... Hazlo rápido.

Altaïr se dio la vuelta y desapareció trepando el muro del patio interior, como era típico en todas las Casas de Asesinos. Desde lo alto del edificio, divisó el Catillo de Limassol: compacto y tosco, sin ninguna otra utilidad que la estratégica, parecía un gran cubo implantado en la zona más cercana al Puerto, pero aún así, lo suficientemente lejos como para poder tener su propio vasto terreno. Su pie izquierdo dio el primer impulso de un salto que le llevó al siguiente edificio. Sus rodillas se flexionaron en aire, pegándose ligeramente a la altura del pecho, mientras por el peso de su cuerpo iba formando un arco en descenso; gracias a esto amortiguó el impacto de la caída y rodó levemente por el suelo para no perder el impulso y continuar la carrera con menos esfuerzo.

Continuó su carrera a través de los edificios, haciendo equilibrios entre tablas que conectaban una terraza con otra; trepando por las paredes cubiertas de cal, las cuales era más difícil encontrar un hueco donde agarrarse y apoyarse a la vez; aferrándose a las grúas de madera donde las casas estaban siendo reparadas … Hasta que frenó en seco al borde del último edificio más cercano al Castillo. De repente, su corazón comenzó a palpitar con fuerza sin que pudiera evitarlo y apretó los labios para contener una sonrisa de ilusión, pues le pareció también aspirar el perfume de los cabellos de Adah en el aire, como si fueran traídos por la brisa desde algún rincón del Castillo … Puso los brazos en cruz y se dejó caer a un carro lleno de heno que había cerca de allí mientras un Cruzado discutía con el dueño de la carga ...