Fan Fiction

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jueves, 28 de enero de 2010

A los Pies del Monte Hermón ...

Continuaron con la misma rutina durante más días, incluso se podría decir que algunas semanas, hasta que llegaron a la Cordillera del Antilíbano, que formaba la frontera natural con Siria y Palestina. Más al Norte de aquella franja montañosa, les quedaba atravesar un estrecho camino, aún más lejano, hasta llegar a la fortaleza de Masyaf. Tendrían que rodear el Monte Hermón, donde surgió la leyenda de los Gigantes de Tula.




-Dice la Biblia, en el Génesis 6- comenzó Adah, casi hipnotizada por las imponentes cumbres nevadas del Monte- “Cuando los hombres se habían multiplicado sobre la Tierra y habían procreado hijas, viendo los hijos de Dios, que las hijas de los hombres eran hermosas, escogieron de entre ellas por esposas a las que quisieron. Por entonces, y también en épocas posteriores, cuando los hijos de Dios cohabitaban con las hijas de los hombres y éstas tuvieron hijos, aparecieron en la Tierra los gigantes”.

-Yo también creo haber escuchado esa historia en alguna parte ...-murmuró Altaïr, contemplando el crepúsculo rojizo y violáceo que se había formado detrás de las montañas, que brillaban blancas como si fueran nubes.

Llegaron a los pies del monte y formaron una tienda con algunos palos que habían recogido por el camino y telas gruesas, para protegerse al menos del fuerte viento, que arrastraba la arena directamente como flechas a cualquiera que pasara por allí. Se notaba que hacía más frío y tuvieron que ataviarse con algunas ropas extra encima. Encendieron un fuego del que no se separaron en toda la noche. Alrededor suya, había masas de pinos, viñedos, robles y álamos, distribuidos desigualmente como manchas verdes a los pies del Monte.

Altaïr había cazado un par de liebres, ya que la carne se les había acabado hacía días. Adah se encargó de cocinarlos. Mientras cenaban, Adah estaba más rara de lo común, a penas probaba bocado de su comida y estaba mirando fijamente hacía un punto concreto, delante de ellos, justo donde se encontraban un montón de arbustos oscuros. Altaïr miró hacia la misma dirección con la vista de águila, pero no encontró ningún rastro, sombra o figura a través de la espesa arboleda. Siguió comiendo sin dejar de observar a la joven.

Cuando se acostaron, Altaïr fingió dormir bajo su capucha, al mismo tiempo que la vigilaba con los ojos bien abiertos, ocultos entre las sombras del capuchón con forma de pico. Adah, cuando creyó que éste dormía, se levantó muy despacio y se tapó la cabeza con una tela para resguardarse del frío. Se acercó hasta los arbustos que se habían quedado contemplando hipnotizada durante toda la cena. Abrió paso entre los mismos con sus manos y se encontró con una pequeña niña, que llevaba al lado un melenudo poney.

-Te estaba esperando ...-murmuró Adah en voz baja, en una especie de hebreo antiguo que Altaïr a penas podía comprender.

-Y yo te he estado buscando … Gracias al paso lento que llevabais, os pude alcanzar- contestó la niña con gesto inexpresivo en su pálido rostro. Tenía la cara ovalada, con escasos pómulos y regordetas mejillas. Su nariz era chata y tenía unos grandes y rasgados ojos marrones, la boca era un poco grande y el labio superior era una línea fina en comparación con el grosor del inferior. Tenía el cabello a media melena, castaño oscuro y ondulado.

La joven se inclinó sobre ella para abrazarla, cosa que a la niña, bastante alta para su edad, correspondió, rodeándola con sus brazos. Después, Adah la tomó el rostro, mirándola con mucha dulzura y alegría al mismo tiempo. Altaïr no podía creer lo que estaban viendo sus ojos: durante todo el viaje, habían estado siendo seguidos y él no se había percatado. Preparó su puñal. Sabía que no debía fiarse de ella.

-¿Cómo me encontraste?-preguntó Adah, alegremente.
-La Nana ha enviado a muchas de nosotras por todo el territorio, tenía esperanzas de encontrarte antes de que cruzaras la frontera ...-aclaró la niña, mientras señalaba con su dedo índice los alrededores del Monte Hermón- Fue mera casualidad cuando te encontré. Parasteis en un pueblecito palestino en el que yo me encontraba. Te reconocí al instante y decidí seguirte. Ese hombre que te lleva no se parece a uno de Ellos.

-Ya lo sé, pertenece a otros.- afirmó Adah con cierta tristeza- Pero es peligroso que estés aquí: es un hombre peligroso, un asesino en toda regla.

-No pienso irme después de tanto esfuerzo y tiempo empleados …. Tengo que llevarte de vuelta o la Nana ...-Adah la hizo callar con un dedo sobre su boca infantil. Había escuchado un ruido, exactamente el chasquido de unas ramitas al romperse.
Se levantó y miró a su alrededor, protegiendo con su cuerpo a la pequeña, mientras el poney comenzaba a ponerse también nervioso. Altaïr se quedó muy quieto, siendo muy consciente de que él mismo era quien había producido aquel sonido, por falta de concentración. ¿Habían enviado a una niña a rescatar a la joven? Sonaba absurdo, pero entonces en su mente apareció la imagen chamuscada de aquel niño andrógeno sobre la mesa de Kadar. Subido a la rama de un árbol, esperó el momento en el que debía entrar en acción.

-Debes marcharte ...- le murmuró Adah a la niña, dándose la vuelta y tomándola por los hombros con fuerza. Sus ojos brillaban de miedo, mientras la pequeña permanecía con un gesto inexpresivo en el rostro. La empujó hacia atrás y la niña siguió mirándola con ojos fríos, ausentes de brillo.

Altaïr saltó sobre Adah y la agarró de un brazo, hasta colocárselo por detrás de la espalda, mientras mantenía muy cerca de su garganta la cuchilla que salía de detrás de su muñeca.

-¡Corre!- gritó Adah.

La niña se montó rápidamente en el poney y emprendió la marcha, adentrándose en el oscuro bosque. Altaïr golpeó a la joven en la cabeza y ésta calló inconsciente sobre el suelo. La amarró las muñecas por detrás del cuerpo y la dejó allí, tendida bocabajo sobre la hierba y las hojas de árbol secas, mientras de su lisa frente comenzaba a frotar un chorro brillante y oscuro.

Salió corriendo a toda prisa, saltando entre los árboles con la cuchilla recogida, tratando de visualizar a la niña con la vista de águila. Pero aún así no consiguió vislumbrarla. Paró en seco en medio de un claro, y miró a su alrededor sin levantar demasiado la vista. Apretó los puños con fuerza y sacó su cuchilla por si tendría que defenderse. Alzó la vista alertado por un ruido procedente de las copas de los árboles, pero comprobó desilusionado que se trataba de un pájaro grande y oscuro, que chilló mientras cruzó el cielo estrellado.

Sin haberlo previsto, sintió una punzada en el gemelo y calló al suelo gritando de dolor. Al reincorporarse, apoyado sobre sus brazos, vio la figura de la niña mirándole con tranquilidad y desprecio al mismo tiempo. Tenía una pequeña daga sujeta en un mano. Después, sin mediar palabra, salió corriendo, entrando en el bosque por el mismo sitio que él había atravesado para llegar a aquel claro, donde ahora se encontraba herido. Trató de levantarse varias veces con mucha dificultad y un dolor que le quemaba por dentro del músculo, ensangrentado y abierto. Cojeando se volvió hacia el campamento, caminado lo más deprisa que le permitía su herida. Los dientes le chirriaban de rabia.

La niña volvió al lado de Adah y la encontró inconsciente en el suelo, amarrada. Se acercó corriendo a ella, soltando la daga de su mano, y la cogió dándola la vuelta, mientras la daba unas palmaditas en las mejillas para que despertara. Se percató del hilillo de sangre de su frente y tomó un poco entre sus dedos, observando sus yemas manchadas de rojo a la luz azulada de la Luna …

-¡Suéltala!- le ordenó Altaïr, desde las sombras y apoyado sobre un árbol, para poder mantenerse de pie sin que el dolor de la herida hiciera que se le saltaran las lágrimas.

La niña se giró despacio, con suma tranquilidad, mostrando solo el perfil de su redonda nariz. Aún tenía la cabeza de Adah apoyada sobre su regazo, mientras ésta comenzaba a moverse lentamente, como si estuviera despertándose de un largo sueño. Altaïr se acercó a la pata coja, se arrodilló frente a la niña y le mostró la cuchilla de su mano izquierda, a lo ella respondió con gesto frío y serio, sin inmutarse en ningún pestañeo.

-¿Quién eres?- le preguntó Altaïr con el ceño fruncido, mientras la mano le temblaba ligeramente. Ella pestañeó y cambió la mirada, para contemplar el rostro contraído de Adah mientras se esforzaba por abrir los ojos.

-¿Nofek …?-murmuró Adah, cuando consiguió abrir por completo sus ojos verdosos, que parecían cobrizos debido a la luz de la Luna. Levantó un poco la cabeza y observó el filo de la cuchilla del joven con un brillo metálico que le produjo un escalofrío- Altaïr, no …

-¡Cállate!- le gritó él, sin contenerse.

-Déjala marchar- sentenció la niña, con una voz demasiado grave para una muchacha de su edad.
Altaïr la miró aún más sorprendido. Ella, impasible, le desafiaba con una mirada tranquila y confiada. Él agarró a Adah de un brazo y tiró de ella contra su pecho. Se levantaron y caminaron una rato hacia atrás, mientras Altaïr la apuntaba con la cuchilla. Ella les miraba sin moverse de su sitio, arrodillada. El joven asesino empujó a Adah contra un árbol cercano, sujetándola con fuerza por el pescuezo, mientras ella entrecerraba un ojo, al estar la otra mitad de su rostro aprisionado contra el tronco. Con un movimiento rápido la soltó de sus ataduras y la soltó, dejando que cayese al suelo. Ella se acariciaba las muñecas molesta, observando en cada momento lo que él hacía.

-¿Quién es ella?-preguntó en voz alta Altaïr, dirigiéndose claramente a Adah.

La joven dudó un minuto, con las lágrimas a punto de derramarse por su rostro, aferrándose con fuerza al tronco del árbol donde él la había empujado. Por fin, se decidió a hablar.
-Es una de mis Hermanas ...-contestó ella con voz queda.

-¿A qué ha venido?

-No lo sé …

-¡¿Cómo que no lo sabes?!- saltó Altaïr complemente furioso, acercándose a la joven de manera violenta. La amarró por la muñeca y tiró de ella hacia arriba, zarandeándola al mismo tiempo.-¡Me engañaste!¡Me has traicionado!

Ella solo sollozaba y apretaba los párpados con fuerza para no abrir los ojos y encontrarse de cara con una mirada furiosa de aquel hombre. Indignado y asqueado a la vez, la soltó, lanzándola casi contra el suelo. Ella, llorando a lágrima viva, se amarró a sus piernas y palpó en uno de los gemelos, como un líquido brotaba, caliente por dentro del pantalón desgarrado. Apoyó su frente contra la rodilla de él y abrió los ojos, aunque lo veía todo borroso a través de sus húmedos ojos.
-Estás herido ...-murmuró ella, volviendo a ese estado de ensimismamiento que la caracterizaba cuando se encontraba en medio de una situación dramática y sangrienta.

-Tu Hermana me ha atacado.

-Si no lo hubiera echo, me hubieras matado- contestó la niña, manteniendo la misma pose en el mismo lugar, aunque esta vez el gesto inexpresivo de su rostro desapareció, dejando tras de si una contracción ruda a nivel de las redondas y pobladas cejas.

-Nofek ...-susurró Adah de nuevo.

-No eres más que otro bastardo … Otro cerdo que quiere arrebatarnos lo que es nuestro por derecho- continuó la cría, elevando con cada palabra más la voz.

-¡Nofek!- gritó la joven de nuevo, aferrándose con fuerza a las piernas de Altaïr- ¡Déjala marchar y haz conmigo lo que quieras! Pero por favor, ¡déjala marchar!

Altaïr miró a la desesperada Adah por el rabillo del ojo, y después dirigió una mirada fulminante a la pequeña. La pequeña se la devolvía con la misma impasibidad, solo ceñuda demostrando una tranquila fiereza que desprendían sus castaños y grandes ojos. Se deshizo de los delgados brazos de Adah, que rodeaban sus piernas, y se acercó con paso firme a la criatura, cogiéndola de un brazo y obligándola a levantarse de un solo tirón.

-"Apartar la hoja de la carne del inocente" ...-murmuró él, sin dejar de fijar su ojos en los de la cría- Aunque me hayas atacado, lo consideraré como defensa propia … No voy por ahí matando niños … Va contra los principios de la Hermandad.

La soltó con brusquedad y se encaminó hacia Adah. También la cogió por un brazo y la levantó bruscamente. Ella se aferró a las telas que cubrían su pecho, sollozando. Altaïr intentó separarla de si, pero no pudo. Levantó el mentón de la joven y vió unos ojos enrojecidos por el llanto, que remarcaban aquel hipnotizante color de camino entre oro líquido y verde musgo.

-Ahora es tu oportunidad Adah … Puedes marcharte si quieres- le dijo él, sin separar sus dedos de las suaves mejillas de la joven. Los ojos de ella se abrieron de par en par …