Fan Fiction

...Music ...

jueves, 28 de enero de 2010

El Misterio de la Joven ...

A penas notó cuando la sacaron del carromato y la llevaron a una habitación, donde yacía tumbada e inconsciente. Lo primero que vió cuando abrió los ojos, fue la cara arrugada de una anciana que la estaba secando el sudor de la frente y poniendo gasas de agua fría. Tenía el gesto severo y contraído, como si estuviera molesta. Intentó reincorporarse en la cama, pero ella se lo impidió.

-Estás demasiado débil …-se giró hacia una banqueta que tenía al lado y cogió un vaso para llenarlo de agua. Se ofreció también a ayudarla a tomárselo- Debes de estar muerta de sed …

La agarró de la nuca para elevar ligeramente su cabeza y le dio sorbitos de agua, midiendo la cantidad necesaria, pues padecía de deshidración y grandes cantidades podrían acabar poniéndola más enferma aún, más teniendo el estómago vacío.

-No deberías ser tan tozuda con hombres como ellos … O te encontrarás con la misma Muerte tú solita …- musitó la anciana.

Ella calló, volviendo a acomodarse en la almohada. La anciana se le quedó mirando un rato, hasta que se levantó, dando un largo suspiro, cogiendo las cosas y poniéndolas sobre una bandeja. La dejó a solas.

Cuando la muchacha comprobó que al cerrar la puerta ésta ya se había ido, se levantó con grandes esfuerzos, hasta poder sentarse en el borde de la cama. Miró hacia su alrededor. La habitación de no era de lujo, pero tenía una cama bastante confortable y parecía, de lejos, más limpia que la celda en la que la habían mantenido encerrada días atrás.

Se intentó levantar, pero las piernas le temblaban demasiado como para poder mantenerse en pie y flaquearon, cayendo al suelo de piedra … Una vez más … Impotente y llena de rabia, sujeta al borde de la cama y sentada en el suelo, se preguntó que la hicieron aquellos hombres mientras se encontraba inconsciente.

Al poco rato, entró de nuevo la anciana, quién se alarmó al verla en aquel estado y corrió hacia ella. Dejó la bandeja en el taburete y la ayudó a levantarse.

-¡Muchacha cabezota! ¡Mira que te dije que no te levantases!- la trataba como una niña enferma. Se sentó al lado suyo y tomó un cuenco con caldo amarillento y humeante, mientras despedazaba unos trozos de pan duro- Te vendrá bien comer algo sólido para asentar el estómago … Toma, aunque no tengas ganas te vendrá bien …

Tomó una cuchara y se la acercó a la boca, procurando que no cayese ninguna gota por ningún sitio. Su estómago imploraba y rugía mientras saboreaba el caldo y la miga de pan entremezclada. No era gran cosa, pero aquello le pareció delicioso. Quería más.

-Poco a poco, cariño … No vaya a ser que te siente mal.

Le dio una cuchadas más y paró. Ella se relamió el saladillo sabor que se quedó entre los labios. La mujer dejó a un lado el cuenco y le secó la frente de nuevo. La miró durante un instante y por fin habló de nuevo.

-No te vendría mal un baño …Iré a llenar la tina con agua tibia para que te baje esa fiebre e iré a buscar ayuda …-dicho esto, se levantó para llevarse lo que había traído.

Al rato volvió más pronto que antes junto con una compañera más joven. La ayudaron a levantarse y, sujetada por ambos brazos, salieron del cuarto para meterse a otro contiguo. Allí ya estaban unas jóvenes muchachas preparando el baño, mientras echaban a partes iguales cubos de agua caliente y fría. La ayudaron a desvestirse. Se sentía como una muñeca en manos de aquellas mujeres.

Cuando quedó desnuda, tapó sus partes avergonzada. Las mujeres ignoraron aquel hecho y la acompañaron a la tina. Al introducir uno de los pies, dio un espasmo, pero la empujaron para que se metiese del todo. Con cuidado se sentó, mientras que con sus rodillas tapó sus pechos. Estaba temblando.

Un cubo de agua fría le cayó encima de la cabeza y ella abrió la boca completamente impresionada por la súbita cascada helada que la cubrió en pocos segundos. Hacían con ella lo que querían. La tomaban de un brazo, la frotaba la espalda, la masajeaban la cabeza … Hasta que llegó el momento de repasar sus partes.

Las mujeres se la quedaron mirando a la joven asustada, que se ocultaba detrás de los mechones azabache y húmedos que caían desde su cabeza. Se levantó temblando y observando profundamente a aquellas que le rodeaban. Se tapó los pechos en un intento de abrazarse a sí misma y entreabrió las piernas. La anciana se atrevió y limpió el interior de sus muslos, a la vez que la entrada del sexo. Entonces, notó algo extraño que se reflejó en su rostro. Miró a la joven con cara de no comprender a lo que ella respondió con una gélida mirada que podría bien haber congelado el corazón de aquella mujer.

Lo que palpó en el interior de los muslos blancos de aquella chica fue una cicatriz que seguía un trazo demasiado intencionado como para tratarse de una quemadura accidental. Echó agua para dislumbrarlo mejor y obligó a la joven a abrir aún más las piernas. No pudo dar crédito a lo que vieron sus ojos.

Un símbolo, grabado al parecer en fuego en su piel. Consistía en un triángulo, sobre el que había una línea recta y por encima un círculo. Todo ello era coronado por una semiluna, cuyas puntas señalaban hacia arriba. La mujer respiró hondo y continuó la labor higiénica, mientras las demás esperaban expectantes para saber qué había sorprendido a aquella mujer, que había sido impasible a muchas amputaciones y heridas.

Terminó callada de limpiarlas y ordenó a las muchachas que la echaran cubos de agua por encima, para quitarle el jabón. Ella seguía de pie, sintiendo que no podría aguantar por mucho tiempo. La anciana extendió su mano para ayudarla a salir y enseguida vinieron a secarla con unas tollas, tanto el cuerpo como la cabeza.

La anciana le sonrió y le enseñó unas prendas blancas y recién almidonadas que habían preparado especialmente para que ella se las pusiese. La joven bajó la mirada cabizbaja. La anciana la comprendió. Había observado sus pechos. Los pezones eran pequeños y rosados, por lo tanto, era virgen. En cierto modo, era incómodo para las jóvenes estar rodeada de personas que la limpian y tocan tan íntimamente, aunque éstas fuesen mujeres también. Una vez vestida, la acompañaron de nuevo a la habitación para que descansase.

Al quedarse de nuevo sola, tumbada sobre la cama, se tomó un mechón de pelo semi-mojado y lo olió. Le gustaba el olor del jabón en sus cabellos. Al lado de la mesilla, la mujer le había dejado un cepillo para el pelo y lo tomó para desenredarse los cabellos, mientras miraba al vacío infinito con la mirada perdida …