Fan Fiction

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jueves, 28 de enero de 2010

Bandidos del Desierto ...

A penas durmieron unas dos horas, cuando se despertaron el sol les dio directamente sobre los párpados. Por más que intentaron ignorarlo, tuvieron que levantarse. Adah ayudó a Altaïr a ponerse en pie y colocarse las ropas para taparse la parte superior del cuerpo. De las bolsas que colgaban del caballo, él sacó unas tortas de pan a la que le echaron encima hummus para darle sabor. Mientras desayunaban en silencio, se echaban miradas furtivas y tímidas.

-¿Dónde nos dirigiremos ahora?-preguntó Adah en un momento determinado, mientras Altaïr tomaba un poco de agua para quitarse la sensación de pastosidad de la boca.

-Ya lo verás ...-contestó sin siquiera mirarla.

-¿Sigues sin confiar en mí? He cuidado de ti y esa es la actitud que sigues manteniendo conmigo ...-respondió enfadada, pegando otro bocado a la torta.

-Te agradezco todo lo que has hecho por mí … Pero no puedo revelarte nada.- le pasó el agua a Adah, la cual se lo pedía haciendo gestos con la mano.

-Queda poca agua … La mayoría la gasté cuando estuve curándote-respondió ella.

-De eso no te preocupes … De camino a donde vamos hay un río y allí podremos coger todo el agua que queramos … Incluso lavarnos.

Ella sonrió y siguieron comiendo. Levantaron el campamento y descendieron la montaña justamente por el camino que había hecho la noche anterior. Ella se sorprendió de la memoria de Altaïr. Ambos iban montados en el caballo a trote ligero, sin muchas prisas, mientras el sol les daba directamente en la cabeza. Adah agradeció que su traje llevara capucha blanca.

Cuando volvieron a la ruta que llevaba a Jerusalén, fueron en dirección contraria a la misma. En el camino, también se encontraron con otros viajantes a burro y comerciantes sobretodo. Tenían cuidado de alejarse de los campamentos que habían formado soldados Cruzados a los bordes de la carretera por si acaso eran descubiertos. En un cruce de caminos, giraron a la derecha, pues el de la izquierda parecía llevar al desierto y lo que ellos buscaban era un río. Ella no sabía de cual podría tratarse, pues siempre se había criado en la zona más cercana a la costa y por allí raramente solía pasar alguno.

Pararon en una aldea para tomar provisiones y descansar un poco hasta que el sol no pegara tan fuerte. Adah no dejaba de acariciar y dar de comer de su mano algunos dulces al caballo bajo la mirada irritada de Altaïr.

-No le des de comer esas cosas … Él ya tiene su comida-soltó de forma seca.

-Vamos, unos mimos no creo que le maten ...¿verdad que sí precioso?-le tomó el rostro al caballo mientras le acariciaba la marca de la frente y le besó en la cara. El animal estaba tranquilo y se dejaba hacer como un gato mimoso- ¿Cómo se llama?

-Badr … Significa Luna Llena en árabe.

-Qué hermoso nombre ...-dijo entre suspiros la joven, mirando con dulzura al caballo.

Gracias a la simpatía natural de Adah, una familia de campesinos palestinos les invitaron a comer en su hogar, aunque Altaïr era reacio a ello, al final accedió con pocas ganas. En el interior del hogar se estaba fresco y la hospitalidad de los campesinos fue infinita. A penas tenían nada y les ofrecían todo lo que podían sin miramientos. Incluso se molestaban si les rechazaban algo. A Adah le ofrecieron ropas limpias y a Altaïr le curaron definitivamente la herida. Se la cosieron y la vendaron de nuevo.

En la hora de la comida sirvieron Maqluba, un plato que consistía en arroz con berenjenas, Pastas de carne llamadas Sambusak y ensalada de trigo Bulgur y centeno. Los hombres tomaron Taibeh. Mientras comían, los hombres contaban anécdotas divertidas del campo y hacían preguntas a Altaïr, al que le miraban con cierto temor debido a su aspecto misterioso y rudo.



Las mujeres, sentadas aparte junto a los niños, hacían comentarios de los hombres y le preguntaban a Adah si él era su esposo o novio. Adah respondía que sí para no levantar sospechas e incluso añadió que estaban de viaje para ver a los padres de él, que vivían en tierras lejanas.

-¿Y cómo se hizo esa herida?-preguntó una de las ancianas con intenciones de cotilleo, pues aún no se fiaban demasiado de aquellos dos jóvenes forasteros. Ella sabía que la joven era palestina, pero el fuerte acento del joven encapuchado le hacía sospechar. Le parecía raros que una joven como ella, tan parecida a los campesinos corrientes, se hubiera casado con un joven árabe que iba vestido tan elegantemente y de blanco.

-¡Madre!-saltó la campesina que les había invitado- No sea cotilla.

-¿Viene un joven extraño con una herida aún más extraña y les invitas así sin más sin querer saber cómo acabó así?- se quejó la vieja.

Adah se atragantó con la comida y comenzó a toser disimuladamente. Altaïr volteó la cabeza, sin dejar mostrar su rostro ante aquellas gentes. Por aquel tipo de cosas no le gustaba aceptar las invitaciones de unos campesinos. Por muy amables que fueran, siempre sospecharían de unos extraños como ellos.

-Nos atacaron un grupo de soldados que iban registrando a los que iba pasando por donde tenían su campamento instalado ...-comenzó a Altaïr con voz monótona- Nos quitaron algunas cosas y me pegaron una paliza porque intenté evitar que abusaran de ella … Por eso la herida, fue como un regalito de parte suya.

La anciana torció la boca y bajó la cabeza para concentrarse en la comida. Un silencio incómodo siguió al discurso de Altaïr, el cual muy tranquilamente bebió un poco de cerveza de su jarra. El postre consistió en una galletas de mantequilla con miel y unos dátiles para acompañarlo. Los hombres, al salir las mujeres al exterior a la sombra con los niños, se quedaron fumando de una pipa y por no desentonar, Altaïr se resignó a quedarse, mientras veía desde la puerta a Adah jugar y correr detrás de los niños. “Será una buena madre”, pensó para sí.

Cuando el sol comenzó a ocultarse en el horizonte, Altaïr y Adah partieron, no sin dar las gracias a aquellos campesinos. Se dirigieron hacia el Norte, donde supuestamente estaba ese río.
-Si seguimos el cauce ...-decía Altaïr mientras cabalgaban y ella se agarraba fuertemente a la montura para no caer- Tendremos comida y agua asegurados, aparte de que significará que iremos por el buen camino … Así no tendremos que recurrir demasiado a los pueblos cercanos y exponernos a que nos reconozcan o nos encuentren …

-Entiendo-contestó ella- Es preferible el río que andar por el desierto y arriesgarnos a desorientarnos …

-Lo vas pillando ...-dijo Altaïr, mientras esbozaba un media sonrisa.

La arena del árido camino parecía desprender un insoportable fuego a medida que los cascos del caballo se golpeaban contra ella. Ya que habían descansado todo el día, no tendrían que parar hasta que amaneciera. O eso, al menos era lo que él esperaba. Aún siendo de noche, había muchos peligros en el desierto … Incluyendo a bandidos y alimañas.

El frío se apoderó de la noche y más aún cuando el aire traspasaba las telas de sus ropajes. No se dijeron nada durante el resto del camino. Pero entonces, sus sentidos se pusieron en alerta al sentir unos pasos detrás de ellos. Adah, agarrada a la montura, miraba a su alrededor asustada sin poder divisar nada. A penas la Luna les ofrecía un poco más de luz para ver.

-Son bandidos del desierto-dijo Altaïr con toda seguridad.

-¿Bandidos?

-Nos están rodeando ...-continuó él diciendo, mientras daba con más fuerzas en las espuelas para acelerar el ritmo- Son muchos más de lo que creía … Intentaré despistarles … Pero prepara la espada por si acaso.

La joven abrió los ojos asustada y palpó entre las sacas que llevaban atadas a la parte trasera del animal para encontrar una pequeña daga. Se la guardó en el cinto de tela que le cubría, pues ya no llevaba el mismo traje que su acompañante, pero aún así trató de buscar el cinto. Entonces pararon bruscamente y tuvo que agarrarse a la cintura del joven para no caerse cuando el caballo se encabritó asustado.

Ella se quedó encogida, agarrándose con fuerza a Altaïr mientras abría los ojos al máximo para intentar ver mejor a aquellas figuras oscuras y amenazantes que se acercaban como un león a punto de acercarse a su presa para dar el primer golpe … Una voz los ordenó bajarse del caballo y así hicieron. Altaïr alzó sus manos para ayudarla y Adah se dejó caer sobre él, mientras éste le sujetaba, pues las piernas no la respondían del terror que la invadía por dentro. Le dolía intensamente el estómago y una constante sensación de arcadas subía por su garganta.

Los bandidos encendieron unas antorchas que ya llevaban preparadas e inspeccionaron lo que llevaban en el caballo. Adah se abrazaba a Altaïr mientras él no dejaba de observar cada movimiento del enemigo. Mientras les dejasen con vida o no intentaran hacer cualquier estupidez, no le importaba demasiado que se llevasen sus provisiones, aunque eso significara tener que parar de nuevo en algún pueblo cercano.

Un hombre alto y con piel oscura, al que solo se le podían ver los grandes y negros ojos, ya que el resto del rostro estaba tapado por un turbante azabache, como el resto de sus vestimentas, clavó los ojos en ellos frunciendo las espesas cejas, negras como el carbón. Se acercó con paso firme e imponente, mientras Adah se escondía detrás de Altaïr con cierto temor. Él la protegió, interponiéndose entre la joven y el hombre.



-Mostradme a vuestra acompañante-ordenó con tono seco el bandido.

-¿Qué harás si no lo hago?-saltó Altaïr con tono desafiante y burlón- ¿No tenéis bastante con robar nuestras provisiones?

Sin mediar más palabra, el hombre golpeó con su puño en el estómago del joven asesino por tales palabras llenas de soberbia. El joven no se lo esperaba y cayó al suelo abrazándose a si mismo, mientras el hombre ordenaba que le sujetaran para evitar que le devolvieran el golpe. La joven se echó unos pasos para atrás hasta que el cuerpo alargado del caballo no le permitió seguir más.
El hombre la agarró el rostro con brusquedad y le bajó la tela que le cubría la boca, para poder verla mejor. La joven bajó los ojos para evitar la penetrante mirada de aquel hombre, pero éste la forzó a mirarla levantando el rostro desde el mentón. Sus ojos miraban de un lado a otro para no mirarle directamente. A la luz de las antorchas, sus ojos se habían vuelto verdosos como el musgo.

La cogió de la muñeca y la arrastró, intentando llevarla a quién sabe dónde, mientras ella tiraba hacia atrás tratando de deshacerse de las manos de su captor. Altaïr observaba la escena impotente mientras hacia chirriar sus muelas, apretando los unos contra los otros. De repente, la joven sacó la daga de su cinto de tela y apuntó amenazante al gigante bandido, con una expresión en el rostro mezcla de la ira y del miedo. Podía escuchar los latidos de su propio corazón estallar como truenos en el interior de sus oídos. El hombre volvió a tirar de ella y cuando lo hizo, la joven lanzó un grito y se abalanzó con el puñal en alto, dispuesta a clavárselo en el primer lugar que pudiera.

Altaïr se levantó, pero los que le custodiaban lo impidieron, empujándole de nuevo hacia atrás. El filo de sus espadas rozaban el pellejo de su garganta peligrosamente. Adah consiguió clavar en la clavícula del gigante su daga, de la que quedó semicolgando, pues la joven no destacaba precisamente por su altura. El hombre sonrió y agarró los dedos que se aferraban al mango de la daga, apretando con fuerza, mientras la joven cerraba los ojos llorosos de dolor. Se arrancó el objeto incrustado en la carne sin inmutarse, mirándola fijamente a los ojos. Ella no paraba de mover la cabeza de un lado a otro intentando huir de la misma.

Sin dejar de soltar aquella pequeña mano, que parecía ser devorada por la enorme de éste, la arrastró apartándose de la zona de luz, donde mientras sus compañeros cargaban y descargaban en sus propios caballos la mercancía robada.

La lanzó contra las ardientes arenas del desierto y ella cayó bocabajo, soltando el único arma que tenía para defenderse. El hombre, se agachó lentamente a recogerla mientras la joven, de manera patética, tanteaba a ciegas entre la arena para encontrarla. Se situó encima suya y la agarró por el cuello mientras acercaba la daga peligrosamente a la boca. Ella la apretó, cerrándola con todas sus fuerzas, mientras se aferraba a la arena, que resbalaban entre sus desesperados dedos.

La quitó la capucha para poder tomarla de los cabellos y con violencia estampó su rostro contra la arena, dejándola allí unos segundos, como si tratara de ahogarla. Al volver a subir la cabeza la joven abrió la boca, buscando captar el máximo de aire mientras las piedrecillas de arena resbalaban por el rostro y las fosas nasales. Colocó la daga entre medias de la boca abierta de la joven, hasta tocar la comisura de los labios, a la vez que tiraba hacia atrás de los cabellos de ella.
Los bandidos hablaban entre si en un dialecto árabe que le era familiar a Altaïr. Les escuchó con atención, esperando el momento oportuno para actuar y rescatar a la joven, que al saber que terribles cosas estaría haciéndole aquel monstruoso hombre … Miró a su alrededor, alternando la mirada entre sus captores y el entorno, buscando algún punto u objeto que le pudiera servir.
Un par de ellos comenzaron a discutir acaloradamente, atrayendo como consecuencia la atención de los demás. Discutían sobre quién se iba a quedar con la parte que cada uno portaría en su caballo. Altaïr aprovechó y se levantó rápidamente para asestar una cuchillada en la yugular de uno de sus vigilantes. El otro que quedaba se puso en guardia sin sacar el arma y Altaïr no le dio tiempo a ello, ya que le propinó un buen golpe en la nariz con su codo, al mismo tiempo que sacaba la hoja del cuello del otro.

Buscó su daga en el cinto pero al primer toque, donde se suponía que debía de estar, no la encontró. Mientras los otros bandidos alzaban sus espadas al cielo, repleto de diminutas estrellas, y corrían como fieras a por él, lanzó varios pequeños cuchillos, dirigiéndolos hacia el cuello de sus objetivos. Logró derrumbar a unos tres y después recurrió a la espada de su segunda víctima, que todavía estaba inconsciente en el suelo, tanto como arma como para desarmar le cuando éste despertase.

Esquivó agachándose un golpe que venía de la derecha, volteando sobre si mismo para coger impulso y derrumbarlo, dándole con la espada directamente en las rodillas. Después paró otro golpe anteponiendo su espada y le propinó un golpe en el costado. Un grito rompió entre aquel bullicio de espadas y rugidos. Dejó helados a todos los presentes, los cuales pararon un momento para escuchar. Altaïr sabía de dónde podría proceder aquel grito y bajó la guardia un instante, lo que le hizo que le propinaran un golpe en la cabeza, procedente de la empuñadura de la espada de su atacante. Cerró los ojos de dolor, pero enseguida se recompuso, profiriendo un gruñido tan feroz como el de un león y blandiendo de nuevo la espada, aunque aquella vez más bien cegado por la ira. Descargó toda la violencia que tenía dentro contra sus contrincantes, que caían como moscas a las que habían derribado a base de grandes manotazos en la cabeza, costado o incluso siendo atravesados por el filo de la espada del joven.

Corrió siguiendo las débiles pisadas que aún quedaban en el suelo cuando terminó con ellos, sin prestar demasiado interés en saber si seguían o no con vida y pudieran echarse contra él de nuevo. Pudo ver dos figuras amontonadas en la oscuridad que se movían bruscamente, como si estuvieran peleándose.

La joven trataba, cerrando las piernas y aferrándose al suelo de arena, librarse de su agresor, quien todavía sostenía la daga entre su boca y en más de una ocasión, debido a un movimiento brusco por parte de ambos, le había hecho varios cortes en las comisuras de los labios o en el resto de la boca. La sangre y las lágrimas se mezclaban en su barbilla como si ella misma hubiera estado chupando la sangre a algún inocente. Él la intentaba penetrar pero por más que pretendiera poseerla, no lo conseguía. A cada embestida, que procuraba introducirse un poco más en su virgen interior, no conseguía traspasar unos escasos milímetros y todo aquel esfuerzo inútil le estaba comenzando a cansar. Pronto sus compañeros vendrían a buscarle y tendría que partir. Y quería dar un merecido a aquella muchacha, demostrando su hombría.

Ella sentía que la intentaba partir en dos. Nunca en la vida se había encontrado en una situación así. Al mismo tiempo, estaba confusa y horrorizada. Sentía como de un momento a otro podría empezar a sangrar su entrepierna y aquello aún la dolía más que los empujones que recibía por parte de aquel enorme hombre, que debido a su musculosa corpulencia, la cubría por completo y la aplastaba contra la duna. Se sentía a punto de hundirse pero no solo en el sentido físico.
Altaïr corrió, hundiendo los pies en la arena y de un salto se abalanzó contra el bandido que estaba agrediendo a Adah. Le agarró del cuello sin soltar la espada en ningún momento y se echó para atrás, arrastrando con él a aquel hombre enorme, que era incluso más alto que él. Adah se reincorporó en el suelo de rodillas y giró lentamente la cabeza para ver a los dos hombres peleándose en el suelo, envueltos por la arena. Vio la daga brillante y metálica cerca de los dos hombres y se lanzó a por ella, corriendo a gatas.

La tomó entre sus manos y se levantó, arrastrando los pies hasta las dos figuras que se movían peleando, uno con la agilidad de un gato y el otro con la fuerza de un león. Con lágrimas en los ojos que le resbalaban hasta el interior de la sangrienta boca, alzó sus dos manos, sujetando con fuerza la daga y gritó con rabia, lanzándose contra ellos.

Clavó en la espalda de la figura más grande de las dos la daga con violencia, un golpe seco y contundente. El hombre lanzó un aullido de dolor, retorciendo la espalda hacia atrás, cosa que aprovechó Altaïr para pegarle un puñetazo y dejarle tumbado, gravemente herido. Antes de que pudiera actuar, Adah se abalanzó rápidamente sobre la figura, sentándose en su regazo y arrancó la daga de la espalda para alzarla de nuevo contra el cielo estrellado con miles de luces parpadeantes y clavarle en el pecho la daga ensangrentada … Una … Y otra … Y una vez más … Lanzando gritos, entre la fuerza del golpe y la sed de venganza.

Altaïr observó atónito aquel patético momento. Veía alzarse los brazos de Adah una y otra vez, en distintas partes del cuerpo … Como si quisiera destrozarlo. Nunca se había imaginado que Adah fuera capaz de una cosa así. Estaba fuera de sí. Como un perro rabioso, la saliva y la sangre se mezclaban en su boca a la vez que los gritos, como si saliera espuma rosa de su interior. Al final, tiró la daga lejos y con sus pequeños puños comenzó a golpear el pecho en carne viva, abierto en canal por varios sitios. La blancura de sus manos se fue tiñendo de escarlata, mientras ella lloraba desconsoladamente. Por fin, cayó rendida sobre el pecho del hombre muerto, agarrándose a las ropas raídas, cubriendo todo el rostro de sangre. Ahora ya no lloraba con fuerza, sino jadeaba.

Altaïr se acercó a ella y la tomó por los hombros. Ella le golpeó pero también se rindió entre sus brazos. La ayudó a levantarse y caminaron juntos hasta su caballo. La escena que se presentaba a medida que iban avanzando tampoco era un gran consuelo, pues parecían un valle árido donde los cadáveres de los bandidos yacían en las posturas más inverosímiles y con los gestos más hoscos dibujados en sus rostros. No intercambiaron ninguna palabra y retomaron sus provisiones robadas.

También cogieron otro caballo para Adah y cabalgaron en silencio y a toda prisa, alejándose de aquel lugar, solo guiados por la tenue y triste luz de una tímida Luna, que a penas se dejaba ver en aquella horrible noche …