Fan Fiction

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jueves, 28 de enero de 2010

Lágrimas de Sangre ...

Al poco de amanecer, ya estaban preparados para marcharse. Harash les observó con recelo mientras los tres cruzaban la puerta. Altaïr llevaba una túnica oscura sobre el traje de asesino, para pasar más inadvertido y llevaba la cabeza cubierta con un paño oscuro. Las mujeres también se cubrieron con sus velos para tampoco ser reconocidas.

A pesar de lo temprana que era la hora, el bullicio era tan intenso como en horas más tardías. Los mercaderes y artesanos abrían rápidos sus puestos y comenzaban a mandar chiquillos de un lado a otro para atraer a la clientela. Los mendigos tampoco cesaban en el intento de conseguir unas monedas a aquellas horas de la mañana. Con paciencia, Altaïr iba rechazando uno a uno, mientras Adah protegía con su brazo a Nofek, que parecía no afectarle ni lo más mínimo los empujones y tirones que recibían por pobres o niños insistentes.

Al llegar a una plaza, Altaïr les indicó que se sentaran en unos bancos mientras él iba a buscar algo para desayunar.

-Espero que no lo robes- comentó Adah, dirigiéndole una mirada inquisidora- Ya has visto toda esa gente que hemos ignorado y nos pedían caridad … Ellos no roban por moral aunque estén en la miseria.

Altaïr arqueó una ceja pero sin que ningún otro gesto se dibujara en sus rostro.

-No tienes por qué darme lecciones de moralidad- añadió simplemente.

Se mantuvieron la mirada unos segundos hasta que Altaïr desapareció entre la gente. Adah se destapó un poco la boca para poder respirar mejor. Nofek se quitó el pañuelo y se puso a jugar con un palo, haciendo dibujos en la escasa arena del suelo. Adah miraba curiosa e intranquila a su alrededor, mientras Cruzados pasaban en parejas a caballo por la plaza para hacerse notar, o un grupo de cinco o seis soldados hacían la ronda con sus ridículas e inútiles armaduras relucientes, enfundados en sus extraños cascos, que les cubrían por completo los rostros.

Un hombre con apariencia árabe, salió de uno de los callejones y Adah le siguió con mirada con cierta inquietud, hasta que éste se paró y se subió a lo alto de unas escaleras, que conectaban con una zona alta de la calle. Reclamó la atención del ajetreado pueblo alzando las manos al cielo y comenzó a dar su discurso mientras, poco a poco, las gentes le miraban y se iban quedando paradas para escucharles. Conforme más tardaba Altaïr, se iba formando un grupo cada vez más numeroso delante del improvisado orador árabe.

-¡Porque esos Cristianos!- gritaba el hombre para hacerse oír por encima del ruido y haciendo grandes aspavientos con los brazos.-¡No hacen más que venir aquí y apoderarse de nuestras ciudades! ¡Matan a nuestros hombres! ¡Violan a nuestras mujeres! ¡Raptan a nuestros niños! ¡¿Vamos a seguir consintiendo que nos traten como esclavos, esos malditos bastardos Occidentales?! ¡Uníos Salahuddin y la paz volverá a nuestras castigadas Tierras! ¡Echemos a esos Infieles! ¡Alabado sea Alá!

La gente estalló entre vítores y alzaron sus puños al cielo en señal de aprobación. Las mujeres aplaudían tímidamente, relegadas a las últimas filas. Adah apretó los dientes disgustada y se levantó, con los puños bien apretados por la rabia que sentía por dentro. Nofek no supo reaccionar a tiempo y , para cuando quería detenerla, Adah ya se había hecho paso entre las gentes hasta llegar a la primera fila, donde unos hombres barbudos la miraron con desdén.

Se quedó quieta, con el mentón elevado, desafiando al orador. El orador, después de su baño de multitudes, reparó en la bella muchacha de ojos amberinos. La miró varias veces de reojo hasta que su mirada felina y penetrante se le hizo insoportable. Se dirigió hacia ella con desprecio, desde la altura que le permitía su púlpito estar por encima de ella notablemente.

-¡¿Qué miras, Mujer?!

-Solo me preguntaba qué clase de farsante serías … En cuanto me he acercado un poco más, no había dudas de que no eres más que otro charlatán cualquiera.

-¡¿Cómo te atreves?!¡No pienso consentir los desprecios de una mujer! ¡Tu opinión aquí está de más y lo sabes! ¡Vuelve a tu casa y preocupate de alimentar a tu marido e hijos!
Los asistentes masculinos estallaron entre carcajadas y algunos se atrevieron incluso a empujarla para apartarla del medio. Adah no dejó de quitarle la mirada del medio ni un solo instante. Se mantenía firme en su posición e incluso las uñas comenzaban a dejar marcas en el interior de sus manos. La Nana tenía razón: los hombres son seres despreciables que tratan a las mujeres como seres inferiores. Avanzó despacio pero firme, manteniendo la mirada, hasta que se puso a su altura. Le hizo gracia que aquel hombre solo le sacara media cabeza.

-Afortunadamente, no tengo por qué preocuparme de esos asuntos banales, porque yo también predico la palabra del Señor.

-¿Una mujer? ¿Quién demonios te envía? ¿Los Cristianos?

-Me reconozco como Cristiana pero solo me envía Uno, y ese es Dios. Tú no eres más que un enviado de Saladino para levantar al pueblo contra los Cruzados, a los que sois incapaces de hacerles frente con todo un ejercito preparado. Es más fácil que hacer morir al pueblo antes que a los vuestros, ¿cierto?

-No eres más que una bruja, ¡tú no hablas en nombre de Dios!

-Claro que lo hago y al menos con más cordura que tú, que pretendes que estas pobres gentes arriesguen sus miserables vidas en una batalla donde no encontraran más que la Muerte; ¿acaso no ves que están indefensos y desarmados? ¡Así no haréis más que provocar a los Cruzados a más derramamiento de sangre y otras atrocidades!

-Alá dice claramente que si hacen daño a alguien de los nuestros, nos hacen daño a todos y que tenemos que responder a tal ofensa … Yo solo difundo las palabras del Señor.

-Nuestro Señor es el mismo, pero tergiversas sus palabras por tu otro Señor. ¿Qué ganas con eso? ¿Acaso la culpa y el remordimiento no te invaden al pensar en toda la gente a la que has convencido para morir por tu Señor? Yeshu dijo: “Sabéis que se dijo también: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No recurráis a la violencia contra el que os haga daño. Al contrario, si alguno te abofetea en una mejilla, preséntale también la otra. Y al que quiera pelear contigo para quitarte la túnica, cédele el manto.”

-¡Ese Yeshu era un idiota! ¡¿A quién se le ocurre en su sano juicio hacer eso?!

-Si tan idiota era, ¿por qué convences a otros de una ofensa que no les incumbe para que se arriesguen por tí? ¿Acaso no eres lo suficiente valiente para enfrentarte tú solo a la Guardia, sin tanta palabrería de por medio?. ¡La violencia no conduce más que a más violencia y así nunca acabaremos con esta situación!

-¡¿Y qué solución propones, Mujer?!- y el orador se cruzó de brazos esperando la respuesta, con una sonrisa burlona en los labios.

-A que esta lucha se la dejemos a los reyes y soldados que la han provocado con su ciega ambición. Nosotros debemos preocuparnos por rezar y proteger nuestras vidas. Nosotros no haremos más que derramar inútilmente nuestra sangre para ser el pretexto de otro enfrentamiento sin sentido- miró a la gente, que aún era más numerosa que antes, atraídos por la expectación de aquella disputa entre un hombre y una mujer- Hermanos, solo os pido que no caigáis en la ignorancia de las palabras de un manipulador: Recordad lo que le pasó a Adán y Eva con la Serpiente.

-¡¿Me estás acusando de hereje?!- saltó el hombre acercándose agresivamente a la joven. La agarró del brazo y la zarandeó tratando de tirarla al suelo- ¡Maldita mujer! ¡Tú eres la Eva que nos conducirá al Apocalipsis! ¡Ella es la bruja que os pretende engatusar! ¡Mujer tenías que ser!
La soltó poniendo fuerza y haciendo que finalmente cayera al suelo. Adah se apoyó sobre sus dos manos para evitar desplomarse por las escaleras. El pañuelo se deslizó a su cuello y quedó allí enganchado, zarandeado por el cálido viento del desierto. Alzó sus ojos y pudo ver a la gente boquiabierta observándoles. Altaïr la observaba con fiereza desde una esquina, agarrando de un brazo a Nofek, que la miraba asustada.

Se puso de pie con dignidad y alzó la cabeza en señal de orgullo. Le suplicó a Altaïr con la mirada que no hiciera nada. Estaba cubierta de polvo, pero no se preocupó por quitárselo. Miró al cielo y un sol deslumbrante la cegó por unos instantes, pero poco a poco el color celeste del cielo fue apareciendo hasta que el sol solo era una esfera blanca en medio. “Señor- susurró ella en hebreo- Haz el milagro”.

Todos estaban expectantes y Altaïr estaba muy preocupado por lo que iba a pasar. No debería haberlas dejado solas. Ahora, en cualquier momento, los Templarios podrían descubrirlos y sería difícil escapar tres personas de allí sin llamar la atención entre tanta gente. Si salían de allí con vida, no sabía como reaccionaría ante Adah. No sabía si podría controlarse.

Adah elevó los brazos al cielo en señal de ayuda y poco a poco, notó como unas ardientes lágrimas brotaban de sus ojos, sin que ningún sentimiento de pena o culpa fueran los causantes. De repente notó como si su alma se estuviera elevando de su cuerpo, y no tuviera ninguna sensación o control sobre el mismo. Se llevó las manos a los ojos, como si otras invisibles la guiaran hasta su propio rostro y, para asombro y miedo del público, éstas fueran de color rojo. Rojas como la sangre. Estaba llorando sangre... La Elegida ... Yeshu ... En su rostro se dibujó una sonrisa involuntaria y mostró sus dedos temblorosos a la gente, impregnados de sus lágrimas sangrientas. El orador la observaba con verdadero pánico y se alejaba de ella lentamente, sin poder creer lo que estaban viendo sus ojos.




Adah elevó su mirada al disco brillante que dominaba la escena, como si aquél tuviera vida y fuera el artífice del milagro. Gracias Señor ... Acto seguido, se desplomó suavemente en el suelo. Algunas mujeres también se desmayaron. El caos se apoderó de la gente. Las mujeres lloraban abrazadas las unas a las otras y también a sus hijos, que parecían no comprender lo que estaba pasando. Unos hombres se acercaron a la joven. Para entonces, ésta se había puesto completamente rígida y tenía los ojos muy abiertos, de los que las lágrimas aún seguía saliendo tímidamente.

Altaïr corrió hacia Adah empujando a la gente. Nofek se quedó sola y rodeada de gente histérica. Pero eso no la importaba. Estaba en estado de shock y parecían que aquellas gentes, que se comportaban como si hubiera pasado algo terrible, moviéndose de un lado a otro, con las brazos elevados y gritando, no produjeran ningún sonido. Su ojos estaban abiertos de par en par y centrados en el lugar donde Adah debía de estar inconsciente. De verdad era Ella ...

Adah comenzó a tener espasmos que la hacían parecer poseída. Entre los temblores, se mordió la lengua y un hilillo de sangre salió de su boca, juntándose con el resto de la sangre, que dibujaban líneas escarlatas sobre la pálida piel. Parecía una Virgen ... Parecía Cristo ... Los hombres la levantaron cuando dejó de temblar. Altaïr intentó acercarse a ellos. Pero era demasiado tarde.

Una guardia de Cruzados hizo su aparición. En cuanto comprobaron lo que estaba pasando, y alertados por los hombres que sostenían a Adah, asustados y confusos, se acercaron al lugar de los hechos. Altaïr se quedó inmóvil sin saber que hacer. Como un mero espectador, entre aquella locura difundida en aquella céntrica plaza, observó como los guardias se llevaban a Adah. Lo último que vio de ella fue su rostro ensangrentado y su mirada vacía, que parecía perderse en la nada. Ni siquiera le miraba a él.

Cayó sobre sus rodillas completamente confundido. No entendía qué había pasado, por qué y cómo él no había reaccionado como sabía que debía hacer. Alguien le empujó y cayó, apoyándose en sus dos brazos. Sintió la grava clavarse en la palma de sus manos. La agarró con fuerza y se levantó. No podía perder más el tiempo. Aún había alguna posibilidad. Aunque fuera más costosa y penosa, no podía dejar que los Templarios se llevaran a Adah.

Miró a su alrededor buscando a Nofek, pero no la encontró. Tampoco le importó. Se deshizo de sus ropas corrientes y escaló el edificio más próximo para tratar de seguir la huella de los Templarios … Adah … ¿Por qué?