Fan Fiction

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jueves, 28 de enero de 2010

El Juicio del Pueblo ...

Cuando Adah abrió los ojos, se encontraba sola, en una celda oscura … Otra vez de nuevo aquella sensación … La luz a penas pasaba por un ventana pequeña y bastante alta. Al incorporarse, puso una mano sobre los muros de piedra y pudo comprobar como desprendían un calor insoportable. Al escrutar en la semioscuridad, buscando a algún compañero o compañera de celda, se encontró con dos ojos enormes y oscuros que la vigilaban desde las sombras de una esquina. Era Nofek.

Llena de alegría, corrió hacia ella para abrazarla. Estaba ardiendo. La tocó la frente y comprobó que se encontraba muy pálida, casi temblando. Sus labios tenían un tono violenta. Adah, asustada, tomó entre sus manos el rostro redondo de la niña.

-¿Te encuentras bien?- la preguntó.

-Adah … Van a ejecutarme.

Adah creyó que iban a fallarle las piernas. Se arrodilló ante ella, sin dar crédito a las palabras de la niña. La agarró fuerte de los hombros para comprobar que aquello no era un sueño. Se sentía a punto de caer en medio de un pozo profundo, donde la oscuridad la consumiría, a medida que fuera cayendo …

-¡No puede ser! ¡No hemos hecho nada malo!-la zarandeó, también temiendo por su propia vida.

-Ellos dicen que soy un monstruo.

-¿Un monstruo? Mi pequeña …-temblorosa y con las lágrimas a punto de caer, la acarició el suave y sucio rostro de la muchacha- Tú eres un regalo de Dios … Un ángel … ¿Cómo …?

Nofek se levantó poco a poco su túnica y le mostró su zona genital. Una línea carnosa, cerrada, recorría desde casi el inicio del pubis de vello escaso hasta poco más abajo de la entrepierna. Adah se tapó la boca con ambas manos horrorizada. El rostro de Nofek permanecía mientras tanto inexpresivo, pero con un aspecto enfermizo preocupante.

-Soy Eunuco: ellos me llamaron así.

-¡Dios mío! ¡Tú solo eres una niña!- gritó Adah sin estar demasiado convencida de sus palabras.

Su grupo estaba formado por sus Hermanas. Todos eran mujeres porque así Dios lo había deseado: el linaje femenino de Yeshu. El hombre siempre había representado un peligro para ellas, pues podrían someterlas bajo el miedo de la violencia, a través de violaciones y agresiones físicas. Por ello, siempre se habían mantenido alejadas de los hombres, escondidas entre los montes de Galilea. Fueran judíos, cristianos o musulmanes, no las entenderían; solo sería mujeres que servían para satisfacer sus necesidades sexuales y aumentar la prole.

La Nanna se negaba a ello con fuerza y determinación. Desde que ella recordaba, todas sus antepasadas habían renegado de su condición de simples mujeres y se habían mantenido alejadas de la civilización, centrándose en la crianza de sus hijas, el trabajo de la tierra, el cuidado del ganado y las enseñanzas de Yeshu. Los cristianos no habían hecho más que malinterpretar las palabras del Sabio.

A la edad de 16 años, normalmente las jóvenes Hermanas viajaban en busca de un hombre que las dejara encintas para poder continuar con la existencia y supervivencia del grupo. Muchas mujeres de otras ciudades las consideraban vulgares rameras que venían a quitarles los maridos. Pero ellas no sabían que lo que buscaban de ellos no era el placer y el dinero, sino simplemente su Semilla. Todas menos ella, pues la Nanna consideraba que ella aún no estaba preparada. Tenía otros planes para ella, porque era diferente a las demás.

Ahora no comprendía … Nofek no podía ser un hombre … Todas eran mujeres … Nunca … La duda comenzaba a rondar por su mente como un terremoto que arrasa con todo lo establecido.

De repente, las jóvenes alzaron la vista en dirección hacia la puerta y vieron unas figuras oscuras erigirse detrás de la misma. Instintivamente, Adah atrajo hacia su pecho a Nofek, que seguía con la mirada perdida en el vacío, para protegerla. Un caballero embutido en su brillante armadura, con toda seguridad de ser un Cruzado, se acercó e intentó llevarse a Nofek con amables palabras.

-No permitiré que os la llevéis ...¡Ella es inocente!- gritó Adah, a punto de echarse a llorar de rabia e impotencia.

-No te interpongas en esto o tú también irás detrás de ella- amenazó tranquilamente el soldado.

Adah, interpuso su cuerpo entre el soldado y Nofek, extendiendo los brazos para arrinconarla en la esquina. El Caballero rió y con una sola mano, apartó a Adah, empujándola al centro de la celda. Nofek fue arrastrada hasta la puerta, hacia donde Adah se levantó rápidamente para detenerles. Fue inútil, pues inmediatamente le cerraron la puerta en las narices. Golpeó la puerta de hierro incansablemente durante un largo rato, hasta que sus propias fuerzas la fallaron y se dejó caer al suelo, desesperada y no pudiendo ponerse a llorar, con débiles sollozos que escapaban de su seca garganta.

Se tumbó lentamente en el suelo, justo al lado de la puerta. Al rato, escuchó unos pasos que se acercaban y se reincorporó un poco aturdida y con el cuerpo dolorido. Una mano la agarró violentamente de la muñeca y tiró de ella afuera de la celda. Caminaron por corredores y pasillos que ella no supo identificar con claridad, debido a que aún estaba adormecida por el incómodo cansancio que amuermaba todos sus músculos, incluidos los de sus párpados. Antes de salir al exterior, la taparon la cabeza con una tela oscura que solo dejaba al descubierto los ojos.

Un hombre la tomó con suavidad del brazo. Cuando ella alzó sus ojos para observarle, se encontró con otros que la miraban dulcemente. El resto del rostro quedaba eclipsado por la intensidad de la luz del sol. Ambos salieron al exterior, donde la multitud de gente les esperaban entre gritos y gestos violentos de sus rostros y brazos. Adah contuvo la respiración un momento antes de atreverse a dar un paso y seguir al hombre que la tenía cogida por el brazo.

Subieron a una plataforma de madera, situada en el medio de la plaza, donde Nofek estaba expuesta al griterío y furia del pueblo. Un orador, esta vez diferente al árabe con el que ella tuvo la discusión, encendía al pueblo con sus palabras como quien prende fuego a una mecha. Aquel odio iba dirigido a la pobre criatura de Nofek. La respiración de Adah se volvió más agitada debido a la ansiedad y estrés que le provocaba aquella situación.

-¡Porque ella es un monstruo!- gritaba el orador, aparentemente cristiano- Así lo demuestra la ausencia de genitales, no es ni hombre ni mujer … ¡Solo puede ser una criatura del Diablo!

Tomó con violencia a Nofek y la arrancó con torpeza las ropas para mostrar el flacucho y tembloroso cuerpo desnudo de la niña. Incluso Adah no entendía nada. No al orador, sino lo que le habían estado ocultando sus propias Hermanas. Era tan retorcido, que le daba miedo pensarlo … Se limitó a contemplar la escena llena de impotencia …

La gente produjo gritos de asombro, algunas mujeres, como era tradicional, gritaron y se desmayaron, tal como había ocurrido en la plaza el día anterior. Adah cerró los ojos intentando controlar sus emociones, pero en vez de eso, solo consiguió que se le escapara unas lágrimas, que diluyeron la sangre reseca, que aún pintaba sus mejillas de rojo oscuro.

-¡Esta aberración!- continuó el orador- ¡Es la prueba inequívoca de que el Diablo ronda cerca de nosotros! ¡Siempre estaremos tentados por criaturas como ella!- la señaló con desprecio con su dedo índice- ¡Que aparentan ser lo que no son! ¡No podemos dejarnos engañar por una apariencia inocente, pues al desnudo no son más que criaturas diabólicas que nos acechan!¡Que nos conducen al pecado! ¡Que nos conducirán a las mismísimas Puertas del Infierno!

Nofek se tambaleó ligeramente sobre sus pies, encogida sobre si misma, tratando de tapar su pequeño cuerpo de las miradas curiosas e inquisidoras de la gente. Quería llorar. Gritar de rabia. Lanzarse a puñetazos contra la gente que la acusaba de demonio. Quería romper las maderas de aquella plataforma y agredir con ellas a las personas que allí se encontraban. Romperles las tablas en aquellas cabezas huecas …

Altaïr observaba desde un tejado la escena sin poder dar crédito. En aquel momento, sintió pena por Nofek. Aunque nunca había simpatizado con aquella niña y que siempre le había resultado extraña, aquello no significaba que la trataran de aquella manera, basándose en la ignorancia y en el fanatismo para juzgar a una criatura que no había hecho nada a nadie más que existir. Y aquello molestaba a la gente. El miedo a lo diferente … Aquello lo comprendía muy bien …

Sin previo aviso, apareció un hombre vestido de verdugo y le puso a Nofek encima un saco como vestimenta. La imagen que presentaba era lamentable. De nuevo, apareció el orador en escena y llamó a callar al público enfurecido, elevando las manos al cielo.

-¡Y bien, Pueblo! ¡¿Cuál es vuestra sentencia?!- aunque él la tenía clara desde el principio, mientras dirigía una medio sonrisa al verdugo que le escoltaba.

Todos clamaban la muerte de Nofek, con los puños en alto. Adah creyó caerse y se aferró con fuerza a la mano del hombre que la acompañaba. El hombre la miró de reojo.



El verdugo la ató a un palo y la puso otro saco en la cabeza, esta vez para taparla el rostro. Sacó una piedra de un pequeño saco que colgaba de su cinto. Era de considerable tamaño, como sacada de los escombros de alguna casa. Elevó la mano que la sujetaba mientras el pueblo le aclamaba. Se situó delante de Nofek, a una distancia apropiada, y se puso en posición para lanzar la primera piedra.

El corazón de Nofek latía a un ritmo anormal. La sangre golpeaba dentro de su tímpano con un martilleo constante, que casi la impedía escuchar los gritos de la gente. La luz penetraba en el saco con un resplandor rojizo, casi como una premonición de su sangriento final. Elevó la cabeza al cielo, en señal de respeto a Dios. Solo le pedía que le acogiera en su seno tras su martirización … Ella no era un monstruo … Ni mucho menos había tratado con el Diablo …

La primera piedra impactó con fuerza en la cabeza, cerca de la frente. Así tenía que ser, para dejar inconsciente al reo y que no sufriera más de lo innecesario. Nofek se desmayó. La gente, tras esto, se apresuró a coger piedras del suelo, de todos los tamaños y a acercarse, entre empujones y choques, hacia la plataforma para lanzar desde lo más cerca posible las piedras y acertar en el tiro.

Adah profirió un grito de terror que hizo que perdiera el conocimiento por unos segundos. Aquello era más de lo podría soportar, después de estar un día entero sin comer y a penas dormir. El Caballero Cruzado la tomó por las axilas para no dejarla caer para acto seguido, cogerla en brazo y llevarla a un banco, donde allí la dejó tumbada y trató de darla agua. La quitó el velo que cubría su rostro. Contempló maravillado la extraña belleza de la joven …

Altaïr no podía luchar contra lo que estaba pasando. Aquellas gentes, que solían ser victimas de injusticias a diario, se habían convertidos en unos verdugos manipulados a través de la superstición y la ignorancia. Se habían convertido en asesinos irracionales. Habían pagado toda su frustración y rabia contra aquella niña inocente.

Antes que cualquier otra sensación, aquella escena le producía tristeza. Sería inútil matar a todo un pueblo de manera innecesaria. Sería malgastar sus energías. Nofek estaría muerta y aunque consiguiera rescatarla, las heridas producidas, tanto internas como externas, serían incurables. Solo esperaba, si es que existía su Dios, que fuera justo por una vez … Se quedó quieto, esperando que Adah apareciese.

Adah despertó y pudo ver con mayor claridad aquellos ojos que la contemplaban. Eran de un tono azulado, casi celestes como el cielo. Aquel hombre tenía la nariz pequeña y respingona, como la de un niño. La abundante y espesa barba castaña le daba un aspecto más maduro. Él la estaba poniendo una compresa fría en la frente, al mismo tiempo que la limpiaba la sangre seca del rostro. Nunca la habían mirado de aquella manera tan pura. Aquello la hacía sentir bien.

Con un gesto elegante, la invitó a reincorporarse ofreciéndole su mano. Ella aceptó y sintió como si una corriente de electricidad atravesara sus dedos, al tocarse los unos con los otros. Sus miradas se cruzaron y se sintió tranquila de nuevo. De pronto, apareció aquel hombre desagradable, calvo y de brillantes ojos verdes. Lord Basilisk. Se acercó con brusquedad y la tapó el rostro con movimientos toscos, ante la atónita mirada del otro Caballero, que sin embargo y para decepción de Adah, se quedó quieto y callado.

-Ahora es tu turno ...-dijo Lord Basilisk, esbozando una sonrisa torcida.