Fan Fiction

...Music ...

viernes, 24 de diciembre de 2010

Moloch el Toro ...

Antes de partir, María visitó a Altaïr mientras éste preparaba las armas que pretendía usar en el combate. Ella se le quedó mirando desde la puerta, cautelosa y con la esperanza de que él se diera cuenta de su presencia sin tener que llamarle la atención para ello. Guardó las cuchillas al cinto que llevaba a la altura del pecho y se lo colocó atrás de la espalda.

-¿Qué quieres ...?- preguntó Altaïr con voz seca, mientras continuaba seleccionando sus armas y limipiándolas bien antes de guardárselas.

-Solo quería decirte que no es buena idea que te enfrentes a Moloch ... Le conozco personalmente y no creo conveniente que pongas en peligro tu vida habiendo otras maneras de conseguir tu objetivo- le contestó ella, con los brazos cruzados, esperando a que el asesino se dignara a mirarla.

-¿Y qué otras opciones hay, eh?- le contestó todavía más secamente Altaïr, volviéndose hacia ella- ¿De dónde sacamos todo el tiempo he perdido estos años para poder encontrarla? ¿Acaso crees que no evitaría este tipo de enfrentamientos sino tuviera otras opciones?

-Pones en peligro tu propia vida y las de resto de tu Credo; ¿acaso crees que no te lo digo porque no sé qué consecuencias puede tener una misión de ese calibre? El Toro es una de las piezas claves en la organización de Armand y si cae, te pondrás en su punto de mira, ya que hasta ahora no habías tocado ninguna pieza clave ... ¿O acaso no tienes tiempo suficiente para sopesar eso?

La mirada gélida y transparente de la joven le incomodaba en cierta manera, pero no de la misma manera en que lo hacía Adah. Aquella mujer era diferente; se hacía respetar tanto por su dureza como su astucia, pero de una manera soberbia que a veces le irritaba por ser una característica demasiado común entre los Europeos, según su parecer.

-Esto es un asunto mío que viene desde atrás ... Un error que cometí en el pasado que debo remendar ahora o nunca más tendré la oportunidad de hacerlo ... No puedo dejarle espacio a los Templarios o se me escaparán de nuevo, avanzando hacia Europa y allí, estaría más perdido de lo que estoy ahora ... No puedo perder el tiempo en pensar, sino en actuar ya que mi objetivo está muy claro ... Ahora, si me permites, debo luchar: hasta que no termine con esto no puedo asegurar tu libertad; así que colabora de manera más discreta, que es la que le corresponde a tu sexo y a un buen cómplice.

María suspiró con la cabeza en alto y acto seguido, dejó paso a Altaïr, no sin antes echar un vistazo sobre la mesa donde reposaban las armas que el asesino había dejado de reserva ...

A pesar de las palabras de María, nada le impidió a Altaïr a cumplir su objetivo. Al llegar a las afueras del Castillo de Buffavento, contempló la estructura del mismo y meditó con rapidez sus posibilidades. Según las indicaciones que le dio María, Moloch debería estar en el interior de uno de los torreones, por lo tanto consideró que la mejor manera sería llegar hasta arriba, a parte que así evitaría enfrentamientos directos con los guardias que custodiaban las posibles entradas directas y dieran tiempo de alertarle para poder bien escapar o reunir una tropa con la que poder hacerle frente.

El Castillo estaba situado sobre una colina, aunque había un camino bien definido que conducía hasta la entrada principal, el cual rechazó de inmediato. En vez de tomar la vía más fácil, se decidió a escalar hasta llegar a los muros del Castillo, y una vez allí, trepar hasta alcanzar uno de lo torreones y poder orientarse desde esa posición. Tardó unas tres horas en alcanzar su objetivo, no sin tomarse algún descanso para recobrar el aliento y poder continuar con las fuerzas renovadas. Al llegar a los muros, se deshizo sin el menor miramiento de una guardia y el lanzó el cadáver cuesta abajo para así no dejar ninguna pista evidente de su infiltración en el Castillo, tal como tenía previsto. Al subir una de las torres, percibió olor a quemado, por lo que empleó su vista de águila para averiguar lo que estaba ocurriendo: un foco de calor subía desde una gran profundidad, al inclinarse y mirar hacia abajo, se encontró con una cortina de humo que le impedía ver con mayor claridad. Entonces, resbaló al desprenderse unas pequeñas piedras donde se apoyaba con su peso.

Se golpeó con tremendo impacto sobre sus espaldas. Al incorporarse de nuevo, pudo ver como un hombre enorme, pasado de kilos, vestido únicamente con unos bombachos, unas muñequeras de cuero para proteger los antebrazos y unas toscas botas, estaba arrodillado ante lo que parecía un altar de fuego, donde tras las grandes llamas que desprendían las ascuas parecía formarse la figura imponente, en piedra y con un trazado bastante primitivo, una figura humanoide con la cabeza de un toro. Cuando ver mejor, llegó a escuchar los llantos de un niño, de bastante corta edad a su parecer. El hombre, que le daba la espalda al asesino, elevó en su brazos a la pequeña criatura indefensa y le colocó una mano sobre la boca y la nariz mientras ésta se revolvía sobre los gruesos y musculosos antebrazos de aquella bestia a la que Altaïr no podría calificar como humana, capaz de aquella primitiva atrocidad.

Cuando la criatura dejó de moverse, el hombre se levantó dispuesto a entregar el pequeño cuerpo muerto a las llamas infernales que ante él se elevaban, ansiosas por el sacrificio que ante ellas se presentaba. Altaïr se puso definitivamente en pie y corrió tan rápido como le permitía su cuerpo en aquella situación de recuperación tras la grave caída. Pero el hombre pareció escuchar sus pasos y lanzó rápidamente a las llamas su ofrenda humana, lo que provocó una llamarada en el mismo instante en que Altaïr se preparaba para abalanzarse sobre su objetivo. La intensidad de la luz le llegó directamente a los ojos, provocando que cayese al suelo cegado por el calor de las llamas. Este contratiempo le dio cierta ventaja en un principio al Toro, quien le dio tiempo a coger su arma y ponerse en posición de ataque. Elevó las pesadas cadenas con una facilidad que asombró al propio Altaïr, el cual sacó su espada y mantuvo cierta distancia, esperando a estudiar los movimientos de su contrincante y encontrar un punto flaco.

Con la mano libre, trató de darle primero con unos cuchillos para lanzar, pero no le hacían el mínimo efecto debido a la gruesa piel de su contrincante; a penas unos cortes sin importancia. El Toro comenzó a girar la maza con puás, sujetando por uno de los extremos de la cadena que lo amarraba en actitud amenazadora. Pero en contra, tenía que al portar armas pesadas y tener un sobrepeso que anulaban por completo cualquier agilidad y velocidad por su parte, Altaïr aprovechó la ventaja de sus mejores condiciones físicas para esquivarlo y así irle cansando hasta que cayera definitivamente. El Toro, en vez de usar la astucia, empleó toda su fuerza bruta, la cual creía inagotable ... Pero olvidaba de que su adversario no un cualquiera: era un Hashashin.


Altaïr era ágil, pero sabía perfectamente que si fallaba, un golpe del Toro le podría dejar fuera de combate. Los dos se envolvieron en una danza de guerra, donde cada uno desempeñaba el papel que le correspondía: David contra Goliath. Cerca del fuego, notó una caricia cálida detrás de su nuca, y de reojo, vió la silueta de una mujer que le reclamaba , dibujándose con hilos de fuego sobre las brasas de carbón de la pila. Aquellos ojos, amarillentos y tristes le penetraron a pesar de que nos lo veía con claridad y creyó escuchar un susurro lejano pero que nítidamente oía en el interior de su cabeza, como un eco que rebotaba dentro de su cráneo. Las cadenas le golpearon contra uno de sus tobillos, y con gran dolor cayó al suelo, con lágrimas que le abrasaban las mejillas. Al caer al suelo, se acordó de las montañas nevadas, donde entre ellas se erigía el Monte Hermón. Levemente se acordó del relato que le contó Adah sobre los gigantes de Tula ... Y entonces pudo ver claramente su rostro dibujarse ante aquel atardecer, sonriendo con timidez detrás del velo que cubría su cabeza, mientras unos mechones negros jugueteaban con la suave brisa ...

Un golpe brusco le hizo volver a la realidad. El Toro había estampado su mangual muy cerca de donde él mismo yacía inconsciente, pero el ruido metálico romper contra el suelo de piedra, consiguió despertarlo por completo. Alcanzó a agarrar la cadena, y se reincorporó tirando de ella, haciendo que el Toro, que no esperaba aquella maniobra, perdiera levemente el equilibrio. Altaïr alzó la mazo, haciéndola girar sobre su cabeza y la lanzó contra el cuello del Toro. Ésta se enredó y golpeó con violencia sobre el rostro. El Toro profirió una alarido que hizo temblar las columnas y rebotó más allá de la habitación. Un gran charco de sangre se formó a sus pies, agachado y tapándose el rostro con amabas manos, mientras entre sus dedos se escurría más sangre y teñía de rojo sus manos. Altaïr saltó sobre el lomo del aquel hombre gigante y con gran destreza, agarró la cadena y tiró de ella hacia atrás, mientras se apoyaba de cuclillas en la espalda de su contrincante. El hombre soltaba gritos ahogados por la sangre y la falta de aire, mientras intentaba agarrarse inútilmente a las cadenas para evitar la asfixia. Pero era inútil: la pérdida de sangre también conllevo a una pérdida considerable de fuerza vital. Cayó sobre sus rodillas agotado y Altaïr, ante aquella orgía de sangre, cogió la cabeza del Toro y le rompió el cuello para asegurarse de que no volvería al contraataque.

Al bajar al suelo, cayó el mismo también derrotado sobre sus rodillas ante el cadáver de su victima. Respiraba con dificultad y elevó la mirada hacia lo que quedaba del Toro, bañado en su propia sangre y con la cadena fundida sobre la carne del cuello. Sus gemidos exhaustos dejaron pasos a leve gimoteo, para después derrumbarse completamente y llorar como un niño desconsolado ... ¿Todo esto merecía la pena? ¿Solo por una mujer? ¿Acaso tendría razón Malik ...? ¿Podría seguir aguantando aquello sin sentirse cada vez más inhumano y miserable? ¿Podría servir todo aquello para algo si al final Adah estuviera muerta ...? Lentamente, mientras continuaba llorando, se levantó y se dirigió hacia la salida, antes de que los guardias vinieran a comprobar lo que acaba de acontecer en aquel cuarto de rituales ...


Los días pasaron, y la situación empeoraba. Las hierbas abortivas suministradas por Hadasa no daban efecto. Adah sufría constantes mareos y dolores en el vientre, cosa que preocupaba a la Nana. Telilah, mientras tanto, callaba mientras su mirada asustadiza y preocupada podría llegar a delatar lo que realmente le estaba pasando a su hermana. Por ello, Hadasa tuvo que recurrir algo que había esperado poder evitar. Se sentó al lado de su amiga, y la agarró una mano con fuerza, que la colocó cerca de su propio corazón y la otra sobre la frente pálida y sudorosa. Acercó lentamente sus labios a su oreja, temiendo que la propia voz le temblara al hablar con un tono normal.

-Adah ... No nos queda más remedio que ...

-Haz lo que tengas que hacer, Hadasa ... -contestó con frialdad Adah, con los ojos cerrados- Arráncame esta cosa de dentro ... ¡Quitáme lo último que queda de él! ¡Quitámelo ya!

La mano de Adah apretó con la uñas sobre la piel suave de Hadasa, con una rabia que jamás se podría haber esperado de ella. Hadasa se levantó a buscar una palangana con agua y el instrumental necesario, mientras Telilah abrazaba fervorosamente a su hermana mayor. Adah acarició el espeso pelo de su hermana con ternura, mientras sonreía levemente. Hadasa colocó la palangana y se secó las manos que previamente se había lavado. Levantó la sábana que tapaba a Adah y el faldón de su túnica. Entreabrió sus piernas y se situó delante de las mismas. Miró a Telilah y Adah al mismo tiempo antes de proceder.

-Adah, relaja el abdomen y respira hondo ... Telilah, agarrarla la mano con fuerza, esto no será agradable ...

Poco a poco, Hadasa fue introduciendo su mano dentro de la vagina de Adah, con una mano apoyada sobre el vientre. Adah, apretaba los ojos con fuerza mientras Telilah la abrazaba para evitar que se moviera y pudiera hacerse mayor daño. Hadasa presionó con fuerza sobre el vientre y Adah profirió un grito de dolor, arqueando la espalda hacia atrás, como si la hubiera partido de nuevo por la mitad. Hadasa removía los dedos dentro mientras continuaba presionando con la otra mano. Telilah sujetaba con fuerza a su hermana, al mismo tiempo que intentaba controlar sus propias lágrimas.

-¡Tápala la boca!- le ordenó Hadasa, que estaba concentrada en aquella operación difícil.

Telilah obedeció, y mientras su hermana sufría, ella la acompañó con el llanto que produce ver a un ser querido sufrir físicamente. Las manos de Hadasa comenzaron a mancharse de sangre, y sacó con su mano, al tiempo que se secaba el sudor de la frente con la muñeca. Las piernas de Adah temblaban, mientras sus muslos también quedaban tintados de sangre que procedía de su vientre herido. Mientras lloraba exhausta, se amarraba a los brazos de su hermana, que aún la sostenía sin ocultar su pena y dolor ...