Fan Fiction

...Music ...

lunes, 9 de agosto de 2010

Fredrick el Rojo ...

En posición completamente fetal y rodeado de heno por todas partes, Altaïr se concentraba en las pisas del caballo para determinar con exactitud el momento mismo en el que se adentraban en el Castillo. El carro iba sin ninguna prisa, tan lento que Altaïr no necesitaba echar un vistazo por la ranura de madera del suelo para darse cuenta de cuantas veces habían pasado por encima de enormes piedras; lo que aún más le sorprendía era que la rueda se mantuviera en su eje. Una hora más tarde aproximadamente, el carro fue parándose lentamente hasta que ya no rodó más y pudo escuchar unas pisas secas, metálicas sobre el suelo arenoso; eran Templarios.

-Llevo este heno hacia los establos ....-dijo el transportista, con cierto deje de temor en la voz.

Los dos guardias, como pudo comprobar contando los pasos, rodearon la parte de carga donde el mismo se encontraba. Altaïr usó su vista de águila para poder con mayor claridad lo que pretendían aquellos guardias. Uno de ellos alzó su lanzá y la clavó justo en el centro, donde Altaïr se encontraba. Con un movimiento rápido, rodó a uno de los extremos opuestos, poniéndose a salvo de la cuchilla. Por un momento meditó la opción de sorprender a uno de los guardias y clavarle la cuchilla antes de que dijera nada, para después introducirlo dentro del carro, pero sería demasiado evidente ya que quedaba otro guardia y el propio transportista, que horrorizado no reaccionaría de la forma deseada y le costaría tiempo tratar de convencerle para que le ayudara a infiltrase en el Castillo. Por lo tanto, mientras durase aquel chequéo, se movería de un lado a otro esquivando las lanzas hasta que los guardias estuvieran satisfechos con su inspección matutina.

Por fin dieron el paso al carro y Altaïr se centró en recuperar fuerzas para lo que sería su misión más improvisada y alocada ... Dependería de su visión de Águila más que nunca. Como un león al acechó, se puso de cuclillas, con las rodillas bien pegadas al pecho y esperó a que parase el carro de nuevo. Analizó y memorizó con todo detalle el entorno por donde se moví, para así aprovechar mejor el tiempo en cuanto a reconocimiento del terreno, en el que iría a batallar de un momento a otro. Su cuerpo se inclinó bruscamente hacia delante y notó que ya no se balanceaba el carro. Escuchó los pasos del transportista y entonces decidió que era ahora o nunca. Salió disparado y se refugió como una criatura de la oscuridad en la zona más sombría del establo. Oía al caballo relinchar contento por el premio que su dueño le acababa de dar. Altaïr vio como el transportista dedicaba unos minutos a acariciar hocico de su animal y aprovechó para deslizarse lo más agachado que le permitían sus piernas para salir de allí sin ser visto.

Paró justo detrás del marco de la salida y observó como una tropa de seis hombres hacían ronda y alarde de soberbia, Altaïr se sonrió divertido con su característica sonrisa torcida ... Se preguntó qué pensaría Adah de todo aquello. Con el corazón acelerado de nuevo por el recuerdo de la joven, salió disparado hacia el patio exterior hasta colgarse de una escalera que servía para trepar por el establo. Desde allí tenía una panorámica perfecta. El campo de entrenamiento, justo en el punto más céntrico del recinto, era el más tranquilo, aunque había personas allí. Se imaginó que era el sitio más probable en el que se podría encontrar Fredrick, puesto que era el líder de la Guardia Templaria y tendría que encargarse del entrenamiento de la misma.

Corrió sin pensárselo dos veces hacia unas escaleras que subía al primer nivel del Castillo. Pegado contra la pared, su espalda se deslizaba sin problemas, de medio lado, ascendiendo lo más rápido posible. Antes de llegar a la primera esquina que daba acceso a ese nivel, vio dos guardias apostados, paró el ritmo y comenzó a caminar de manera normal, con las dos manos en posición de rezo, oculto tras su capucha. Pasó entre los dos guardias que le miraron con ojos inquisitorios, y, sin darles tiempo a reaccionar, clavó su cuchilla en la nuez del de la derecha, para después girar sobre si mismo y abrirle la garganta en un gesto rápido al de la izquierda.

Comenzó a esprintar, cruzando el pequeño patio, para dirigirse al siguiente, cuando otros dos guardias descendía las escalera que llevaban al siguiente nivel. Al descubrir a lo lejos los cadáveres ensangrentados de sus compañeros, se pusieron en guardia para recibir al monje que cruzaba corriendo el patio. Altaïr alargó el brazo y sacó de su espalda unos cuchillos pequeños que utilizó para lanzarlos contra las gargantas indefensas de los guardias, ya que portaban casco de metal que protegían sus cabezas y rostros. Al primero consiguió dejarle fuera de combate, pero el segundo esquivó milagrosamente el cuchillo que iba dirigido a él, protegiéndose con su espada. El joven asesino no perdió tiempo durante su carrera, cada vez más cercana a su adversario, y sin detenerse un segundo, desenvainó su espada y la alzó, lo que le daba un aspecto de soldado de la Yihad.

-Es árabe ...-musitó asustado el guardia, y se aferró con más fuerza aún a la empuñadura de su espada, la cual mantenía enfrente suya como si fuera un escudo inquebrantable.

Altaïr aferró ambas manos a la espada y se apoyó sobre un pivote que había al final de las escaleras para impulsarse y pegar un salto. El guardia observó su ascenso y descenso como si se tratara de un águila majestuosa, con las patas recogidas dispuestas para capturar a su presa en el vuelo. El asesino estiró su piernas para golpear en el pecho al Templario y desequilibrarle. Giró la espada el aire y propinó un corte entre el cuello y el trapecio. El Guardia, en su agonía, propinó un codazo en el estómago que hizo que Altaïr se estampase de espadas contra la pared. Después del impacto, se reincorporó y, sacando bruscamente el filo de la espada clavado en la carne del guardia, atravesó con la misma por el costado que le quedaba más cercano y le propinó una patada en el estómago al mismo tiempo que sacaba la espada. La guardó de nuevo y tomó aire mientras se acariciaba el vientre, protegido por su amplio cinto ... Debería tener más cuidado la próxima vez.

Siguió corriendo hasta que una tropa que hacía la ronda se topó con él y tuvo que parar en seco para no chocar. Sacó de nuevo la espada y luchó sin piedad, con la mayor eficacia posible. No quería entretenerse demasiado y seguir llamando la atención de manera cada vez más notoria. Esquivaba a sus adversarios como años atrás, la misma precisión en el combate contra varios adversarios a la misma vez, aunque hubiera pasado ya muchos años desde que el Credo le hiciera Hasssan y la acción pasara a un segundo plano ... El duro entrenamiento durante aquel tiempo de abstinencia le había ayudado más de lo que pensaba.

Se deshizo del último de sus contrincantes con determinación y volvió a guardar la espada. Corrió subiendo las escaleras hasta el siguiente nivel, donde pudo escuchar con claridad el sonido de dos espadas al chocar en plena pelea. Adoptó la posición de un monje y se camufló tras las sombras que las columnas proyectaban en el suelo, cuando el Crepúsculo estaba a punto de llegar ...

-¡Sin piedad, Caballeros! - fueron las primeras palabras que escuchó de su próximo objetivo ... Una voz seca y contundente- Esta es una tierra llena de supersticiosos paganos ... Recordad, Ellos no os quieren aquí ... No les gustáis ... No comprenden la la verdadera finalidad de vuestra Causa! Y están conspirando en cada momento para deshacerse de vosotros! Así que manteneos en guardia , y no os fiéis de nadie!

Contento con el discurso, Fredrick respiró hondo mientras vigilaba a los novatos poner en práctica las habilidades que tantas veces había tenido que enseñar a lo largo de su carrera como Líder de la Guardia. Un olor a flores del campo inundó el ambiente, ya que en ninguna otra parte del Castillo podría proceder aquel olor salvo de Ella ... Aquel olor que respiró cuando la poseyó en el suelo arenoso, a las afueras del Castillo ... Aquel olor mezclado con sudor que desprendían sus cabellos sucios por el polvo del suelo ... Sintió unas tremendas ganas de salir de allí y buscarla de nuevo para sofocar su lujuria, pero se contuvo, al observar una figura que no encajaba en aquel lugar: la presencia blanca de la túnica de un monje, que andaba por allí cuando estaba estrictamente prohibido a todo aquel que no perteneciera a la Orden.

Ambos se mantuvieron la mirada hasta que Fredrick ordenó con un grito de rabia que abordaran al intruso. Los jóvenes guardias se abalanzaron contra Altaïr, quien mantuvo la calma en todo momento. Cerró su puño izquierdo para activar el mecanismo de la cuchilla oculta y esperó la llegada de los Templarios, que alzaban sus espaldas mientras corrían hacia él. Con la propia cuchilla esquivó la espada de uno de ellos para después, rápidamente, clavársela en el estómago. Apartó al Cruzado herido, echándolo encima del compañero del mismo, al que después retiró el cadáver de encima y le cogió por la parte superior de su túnica, donde resplandecía una gran cruz templaria de rojo intenso. Desarmado, se aferró a la muñeca del asesino tratando de escapar. Altaïr, frío como el hielo, degolló al Templario, cuya sangre le salpicó para después caer a borbotones sobre la Cruz, haciéndola desaparecer tras un mar escarlata. Dejó caer al suelo el cuerpo agonizante y mostró como a modo de desafió la cuchilla ensangrentadas con sus dos pupilos a Fredrick el Rojo, quien apretaba las mandíbulas lleno de rabia.

-¡Hashashin!- gritó enrabietado- ¡Prepárate para morir!

Con un grito de guerra y empuñado la espada como una estandarte de Muerte, corrió hacia el enemigo como si fuera el único propósito en su vida en aquel instante. El asesino desempuñó su espada y se puso en guardia para recibir el primer ataque con un paz infinita que hubiera turbado a enemigos más débiles. Fredrick descargó toda su furia sin mirar donde apuntaba, por ello Altaïr pudo fácilmente detenerle y golpearle con el tacón de la bota en un rodilla, haciéndole flexionarla dolorosamente. Con el puño que tenía libre, Fredrick golpeó en la cara cubierta del asesino, haciéndole una pequeña herida en el pómulo.

Altaïr respondió al ataque con un golpe contundente sobre su muñeca, el cual hizo que el Templario aullara de dolor y se retirara unos pasos hacia atrás, agarrándose con fuerza la muñeca. Ésta sangraba considerablemente, puede se quedara inútil para el resto del combate. Altaïr esperó pacientemente que su contrincante se recuperara y acabar con aquello de la manera más noble posible: luchando, ya que el objetivo lo merecía por su fiereza y estupidez.

-¿Por que no me matas, aprovechando mi debilidad?

-El oponente no lo merece: una lucha honraría más vuestro asesinato que cualquier otra estrategia menos directa ...-contestó el asesino, que estaba quieto y expectante, sin la menor prisa o gesto para atacar.

-Creía que ése era el estilo de los asesinos: atacar por la espalda sigilosamente ... ¡Como ratas cobardes que sois, sarracenos despreciables!

Altaïr sonrió torcidamente, pero no se movió. Pretendía sacarle de sus casillas, ya que él no pensaba mover un solo dedo para reanudar la lucha ... Y lo consiguió: el Templario volvió a gritar con más fuerza, con el brazo encogido sobre el estómago mientras empuñaba con la otra la espada, que parecía hacérsele más pesada que nunca ... Ni siquiera en sus primeros días de entrenamiento durante su adolescencia.

Casi sin la suficiente fuerza para empuñar la espada, Fredrick intentó golpear al asesino, pero lo único que consiguió fue una propina de puñetazos que procedían de la empuñadura del Altaïr. Calló definitivamente de rodillas enfrente de Altaïr, exhausto, con la cara hinchada y un hilillo de sangre recorriendo su labio inferior y la barbilla por completo. Dejó caer la espada a un lado y se quitó el casco, y trató de encontrar los ojos oscuros del asesino observarle desde su altura.

-Mátame ... Acaba con esto ... No he demostrado ser un rival digno.


-Que la paz sea contigo ...-dicho esto, Altaïr terminó con su enemigo cortándole la cabeza con un golpe seco de espada ... El rostro deformado de Fredrick quedó gesticulando un gesto de horror mientras rodabas por el empedrado, dejando un reguero de sangre detrás ...

Telila produjo un grito ahogado desde una de las ventanas del interior del palacio y vio como el asesino dirigió su mirada fría hacia donde ella se encontraba .... Hasta que en ese momento una mano la tapó la boca y la apartó de la ventana, desapareciendo del campo visual del asesino. Una voz familiar le susurró:

-Llévame con Hadasa inmediatamente ...-era su hermana Adah- Necesito su ayuda ...

domingo, 8 de agosto de 2010

Mártir ...

Aún tendida bocarriba, escuchó los pasos del Caballero alejarse con paso ligero, mientras las suelas de cuero de sus botas chirriaban con las pequeñas piedras del camino. Con una mano pesada, que se negaba a incorporarse, bajó perezosa por su cuerpo hasta llegar a tocar su pubis frondoso y, continuando hacia más abajo, rozar con la yema de sus dedos los labios que ardían de dolor, casi adormecidos por las embestidas del Templario. Los notó húmedos, como nunca antes habían estado. La textura era viscosa y gruesa, parecida a la menstruación. Acercó los dedos manchada a su nariz, para comprobar que el olor no era exactamente el mismo y testar con su lengua lo que parecía fluido de sus partes intimas mezclados con sangre, pues tenía el mismo sabor que el de una herida, aunque el color era más rosado, más claro que la sangre pura que brota de una herida a borbotones.

Lentamente, sin muchas ganas, se levantó. El cuerpo se sentía pesado, como al despertar de una mala noche. Con algunos malabarismos, pudo por fin ponerse en pie. Los bajos de su túnica bajaron solos, y mientras caminaba, fueron colocándose como era debido. Se acercó al pozo, donde el cubo de agua había rodado por el suelo sin darse cuenta. Se agachó, con grand dolor, para recogerlo. Aún había un poco de agua. La bebió toda y dejó caer al suelo el cubo de nuevo. No lo hizo de manera consciente, ya que se quedó prendada, con los ojos entrecerrados a punto de llorar, de las vistas que se presentaban justo en dirección contraria al Castillo: el mar se expandía hasta donde podía alzar su mirada, tímido tras los terrazas de las casas más cercanas al puerto.

El poder de atracción que sintió en aquel momento no podría describirlo con palabras o siquiera gestos, aunque aquello se podía resumir es que sus pies, sin obedecer orden o voluntad suya alguna, comenzaron a caminar en dirección a la costa. Descalza, las piedras del camino árido se clavaban en su peregrinación hacia el mar como si aquello fuera una señal de penitencia. Sus cabellos volaban libremente alrededor de su cabeza descubierta, mientras el pañuelo colgaba de su cuello con peligro de desprenderse, debido a la intensidad del viento. La mente la tenía en blanco, como si el trauma no la hubiese abandonado del todo aún. Buscó a Dios y no le encontró: ya no le quedaba nada en qué creer.

Al llegar cerca del puerto, tenía los pies amoratados, sangrando e hinchados. Entre el bullicio del puerto, con los pescadores que acababan de faenar, los que transportaban cargas de buques comerciales y la mercancía que se dirigía a la Lonja, nadie parecía fijarse en Ella. Aquel mundo masculino no se sentía rara: le gustaría poder pertenecer a él. Libertad. Tener la posibilidad de perderse en el Mar y robar sus tesoros a cambio de dinero, no tener contacto con la humanidad hasta no haber cumplido con lo previsto en un terreno no hecho para la raza humana.

El cambio de piedra dura y lisa que cubría todo el suelo del puerto, junto con las tablas de madera sucia de las zonas de embarque, resultaba aliviantes para sus pies destrozados. Podía escuchar las olas romper suavemente en alguna parte, entre todo el bullicio. Quería meterse en el Mar, así caminó hacia donde su sentido auditivo la conducía. Esquivaba porteadores que andaban escondidos tras lo que transportaban y parecían no muy saber por dónde caminaban.



Sus pasos la condujeron hasta una plataforma alargada, que cerraba sobre uno de los extremos del puerto. Estaba formada por grandes piedras, montadas las unas sobre las otras de forma completamente natural. Su pañuelo se deslizó con arrebato violento de la brisa azotaba su rostro. Un porteador, que andaba observándola de reojo, se dio cuenta, y dejando a un lado la carga, corrió a hacerse con el pañuelo, que quedó pillado en un hueco entre dos rocas, mientras el extremo que quedaba libre ondeaba con la fuerza de una pequeña bandera.

El hombre la gritó al mismo tiempo que alzaba su pañuelo para intentar llamar su atención, pero Adah pareció no querer oírle, de manera completamente consciente. Ella continuaba caminado hasta el final de la plataforma, dispuesta a encontrarse con el Mar de manera irremediable. El hombre corrió tras Ella, mientras que Adah aceleraba también su paso, aunque con más complicaciones. Cuando llegó al borde, escuchó un grito de advertencia y giró lentamente la cabeza para ver a quién la perseguía. Vio al hombre quito a unos tres metros detrás de ella, con el pañuelo colgando de su puño cerrado y con un gesto de preocupación dibujado en el rostro. Ella simplemente se mostró indiferente. Se sentó lentamente, sintiendo cada rincón de su vientre acuchillado por un dolor intenso. La punta de los dedos de sus pies rozaron la gélida superficie del agua y el resto de su cuerpo se inclinó hacia atrás, mientras los dedos se fueron introduciendo, después el pie entero, y poco a poco, el agua iba subiendo sobre su pierna ...

El hombre solo veía como lentamente el cuerpo de la joven iba desapareciendo tras el extremo final de la plataforma rocosa hasta que su mente reaccionó y echó a correr. Al llegar solo vio la espesa mata de pelo negra arremolinarse sobre un punto concreto del Mar. Sin pensárselo dos veces se lanzó lo más lejos que pudo al mar y, abriendo los ojos dolorosamente, pudo dar con el resto de la cabello flotar sobre la cabeza de la joven. Su rostro blanquecino, de un tono azulado muy suave, contrastaba con la ropa oscura y el cabello azabache. Buceó un poco más y tomó por la cintura a la joven, impulsándose hacia arriba con fuerza ya que el aire se le estaba acabando. Al llegar a la superficie, colocó a la joven bocarriba y la arrastró hasta una zona de playa, donde trató de reanimarla dándola golpecitos en la cara. A los pocos minutos, Adah abrió los ojos nada sorprendida y apartó rápidamente su mirada del hombre que acababa de rescatarla. Él se sentó a su lado mientras escurría el exceso de agua de sus ropas.

-Al menos podría darme las gracias, ¿no?

Adah volvió lentamente su rostro, sorprendida a la vez que indiferente. Aquellas fueron las primeras palabras que aquel hombre le dirigió ... Y también las últimas. En cambio, Ella se quedó callada un rato hasta que su mano buscó la del hombre, que todavía continuaba ocupado quitándose el exceso de agua de las ropas andrajosas que portaba. Sabía que no tenía mucho tiempo, así que se decidió en el momento justo que el hombre se apoyaba en una de sus manos para incorporarse y volver al Puerto. El rostro del hombre se volvió para mirarla: era un rostro ovalado, de mentón masculino pero no excesivamente marcado; una pequeña nariz arábiga, perfectamente perfilada y con marcados orificios ovalados; unos ojos grandes y rasgados deliciosamente desde el lagrimal hasta el extremo exterior del mismo, de marcadas ojeras que delataban su ascendencia árabe, de un color marrón que desprendían destellos de color miel y enmarcados por unas bien definidas y no demasiado espesas cejas negras; su frente era ancha y despejada, que terminaba en unas ya marcadas entradas que se perdían entre la espesura de los pequeños rizos negros que coronaban toda su cabeza. Una barba espesa contoneaban aquel rostro, que se debatía entre la dulzura de las facciones rasgadas con brutalidad masculina que despedían sus ojos fieros.

Condujo su mano hasta el vientre herido y allí apretó su mano contra la del hombre fuertemente hasta que le pareció que Él pudo sentir su dolor, como una quemadura en la palma de la mano. El hombre la miraba a sus ojos, aquellos ojos que sabía de sobra, y sin darle demasiada importancia, que hipnotizaban a cualquiera que los contemplase; no sabía bien si por el extraño color que poseían o por la propia rareza de su espíritu, que quedaban reflejados en los mismos como si de unos espejos de oro se tratasen. Las lágrimas de rabia comenzaron a asomarse en los ojos del hombre, que presionó la mano atrapada con más fuerza y, en un movimiento brusco, la retiró como si aquello fuera insoportable. Adah continuaba con un gesto neutral dibujado en el rostro, como si aquella situación fuese normal. El hombre se levantó, sin volver el rostro hacia la joven extraña a la que acababa bien de salvar la vida o arrebatársela por siempre jamás, mientras Ella miraba y al mismo tiempo suspiraba, como su espigada silueta se desdibujaba entre los bultos que continuaban en el Puerto con sus labores diarias ...


A la vuelta de su escapada por la ciudad, Altaïr se encontró con Osman, que parecía ensimismado enfrente de su pipa de fumar.

-¿Alguna noticia?- preguntó éste, sin siquiera dirigirle la mirada. Volvió a chupar de su pipa, contemplando con admiración las burbujas que brotaban en la base de cristal.

-Nada fuera de lo común, solo estuve explorando los alrededores del Castillo ... Es más céntrico de lo que pensaba, pero con limitados accesos exteriores no cubiertos por soldados.

-Yo sí tengo noticias: un informador llamado Alexander acaba de confirmar nuestros peores temores.

-¿Cuál de todos ellos?

-Que los Templarios están utilizando Chipre como una especie de base de información y recopilación de instrumentos, de todas las clases posibles existentes habidas y por haber.

-Eso quiere decir que están tramando algo.

-Exacto, y si eso implica a tu querida Adah ... Si es cierto eso que dices de Ella, no dudarán en mantenerla a buen recaudo para poder utilizarla cuando les sea más conveniente.

Altaïr se temió lo peor y su mente empezó a funcionar: si Adah resultaba ser el Grial y descendía del profeta Yeshu, ese profeta que tanto admiraban los Cristianos, intentarían usar a Adah no como arma, sino como una manera de crear un nuevo linaje a partir de su sangre "real" y la de algún alto cargo de la Orden Templaria para poder hacerse con algún otro fragmento del Edén, alguno que hubiera estado relacionado con el propio profeta y así tener a su favor ambas armas: el linaje sagrado y recuperar un fragmento del Edén ... Podrían pretender crear un heredero, adiestrarlo como Templario y acceder a los más altos estamentos de poder demostrando la importancia de su ascendencia, pero ... ¿Cómo se podía estar de que aquello fuera cierto? ¿Cómo se podría demostrar que Adah fuera una descendiente directa de Yeshu, después un milenio y dos siglos después? Parecía una locura, pero todo lo que estaba relacionado con Adah no lo suficientemente claro como para poder descartar cualquiera de las opciones que conocía ...

-¿Cuál es el objetivo?- susurró Altaïr, mientras sus ojos se ensombrecían tras el capuchón, que acababa en forma de pico de águila.

-Fredrick el Rojo ... No creo que te cueste identificarle ... Su mote le delata ...

De repente, sin siquiera controlarlo, sus puños se cerraron como una hoja de mimosa en defensa propia, pero con más contundencia y fuerza. Tuvo la sensación de que su pubis ardía levemente y de inmediato, la imagen del rostro de Adah le vino a la mente.

-No puedes perder más tiempo buscando estrategias y formas de entrar al Castillo, pues debes hacerlo inmediatamente ... Recuerda lo que has memorizado en los últimos días y pon tu mente a trabajar en un plan mientras te diriges hacía allí ... Hazlo rápido.

Altaïr se dio la vuelta y desapareció trepando el muro del patio interior, como era típico en todas las Casas de Asesinos. Desde lo alto del edificio, divisó el Catillo de Limassol: compacto y tosco, sin ninguna otra utilidad que la estratégica, parecía un gran cubo implantado en la zona más cercana al Puerto, pero aún así, lo suficientemente lejos como para poder tener su propio vasto terreno. Su pie izquierdo dio el primer impulso de un salto que le llevó al siguiente edificio. Sus rodillas se flexionaron en aire, pegándose ligeramente a la altura del pecho, mientras por el peso de su cuerpo iba formando un arco en descenso; gracias a esto amortiguó el impacto de la caída y rodó levemente por el suelo para no perder el impulso y continuar la carrera con menos esfuerzo.

Continuó su carrera a través de los edificios, haciendo equilibrios entre tablas que conectaban una terraza con otra; trepando por las paredes cubiertas de cal, las cuales era más difícil encontrar un hueco donde agarrarse y apoyarse a la vez; aferrándose a las grúas de madera donde las casas estaban siendo reparadas … Hasta que frenó en seco al borde del último edificio más cercano al Castillo. De repente, su corazón comenzó a palpitar con fuerza sin que pudiera evitarlo y apretó los labios para contener una sonrisa de ilusión, pues le pareció también aspirar el perfume de los cabellos de Adah en el aire, como si fueran traídos por la brisa desde algún rincón del Castillo … Puso los brazos en cruz y se dejó caer a un carro lleno de heno que había cerca de allí mientras un Cruzado discutía con el dueño de la carga ...